viernes, 10 de octubre de 2014

No van a faltar

Con todo lo que está pasando estos días, con una crisis sanitaria que nos tiene la piel de gallina y una desvergüenza absoluta que hace a los poderosos culpar de todos los males a quien no se lo merece, vuelvo a enfrentarme a mi eterna pregunta.
Yo me considero una persona que anda más o menos en la media de lo que consideramos una "inteligencia normal". No soy ningún "cerebrito". Además, utilizo las palabras "media" y "normal" encuadrando esas expresiones en el nivel que se le exige a alguien de la calle, a alguien que no vive de gestionar crisis ni dirigir instituciones. Incluso, tengo que añadir que soy tan de letras que siempre me costó asimilar conceptos de la Física o las Matemáticas que eran para mí una verdadera tortura cuando estudiaba.
Pero si hay algo que me gusta es aprender. Si hay un axioma fundamental en mi vida es escuchar, con todo el respeto del mundo, al que sabe más que yo. Esta teoría, que en mi caso se ha convertido en ideología, se basa en entender que cada cual es profesional de lo suyo, sea cual sea su trabajo o su dedicación. Si se estropea la lavadora y viene a arreglarla un técnico, me interesa atender su explicación sobre el funcionamiento del aparato para saber cómo actuar si vuelve a las andadas; si tengo un amigo filólogo, aplico sus consejos sobre el giro que tengo que darle a un párrafo de lo último que he escrito; si un profesor de la Universidad dice que no se están cubriendo las necesidades en cuestión de investigación, no solamente le oigo sino que le muestro mi apoyo.
Entonces, yo me pregunto: ¿Cómo es posible que un/a  político/a que tiene en sus manos el destino de todo un país, no escuche a nadie? ¿Es que hay profesionales pagados para decirle lo que debe oír? Me tienen muy confundida.
Estoy leyendo estos días el testimonio de especialistas en virus y microbiología, que aseguran haberle hecho llegar a la Ministra su desacuerdo con la actuación que se estaba llevando a cabo con el tema ébola. ¿Pensaron, con las estadística en la mano, que eso les supondría un rédito político? ¿Cómo se puede tomar una decisión política pasando por encima de la sanitaria? 
Vaya desde aquí mi respeto más profundo por los dos misioneros a los que se repatrió y mis condolencias a las familias. Jamás caería en la canallada de culparlos a ellos ni a la pobre mujer que se debate en una habitación de aislamiento. Creo que los tres son dignos de un reconocimiento porque han apostado con su vida por mejorar la de otros. Pero es que  leo que había otras soluciones, otros métodos de trabajo, otros profesionales que están ya en la zona del conflicto y que hubieran atendido de la misma forma a los misioneros, aunque España no saliera tan favorecida en la foto. Parece que lo importante era parecer élite en ese quiero y no puedo con el que vivimos en España. Recortamos en Sanidad, obligamos a investigadores magníficos  a irse de España por falta de recursos, pero teníamos que demostrar que somos como los americanos de las películas, con trajes de aspecto espacial y burbujas que ahora parecen de atrezo.
Desde luego, viendo manejar el tema a la Ministra, u oyendo hablar al Consejero de Sanidad, Federico Losantos y algún otro mamarracho de esos medios de comunicación casposos que sufrimos en España, todo esto no hace más que reafirmarme en algo que llevo un tiempo diciendo a mis hijos: tenéis que estudiar Psiquiatría. Enfermos mentales, por desgracia, en este país no van a faltarnos nunca. 

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