SE NECESITA fisioterapeuta para el alma.
Se valorará su experiencia en aliviar las contracturas del corazón y devolver el tono muscular a la sonrisa.
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jueves, 15 de febrero de 2018
sábado, 3 de febrero de 2018
El hilo de la vida
Si
miro hacia atrás, al día en que te diagnosticaron la enfermedad maldita, puedo
volver a sentir cómo todo a tu alrededor tomó la textura de un líquido viscoso.
En el leve paso de un corto segundo te quedaste sin eco, desvanecida en el aire
como una gota de agua pulverizada por un aspersor.
Durante
esos primeros días, me conmovió observarte sentada al fresco de la puerta, con
la noche posada en el pelo y los ojos fijos. Parecías estar hipnotizada, como
si revolotearas con alas de hada por algún universo al que nadie era capaz de
seguirte.
Después
de la operación se te metió en la cabeza que ya no eras la misma, como si la pérdida
de un órgano fuera un menoscabo de tu identidad. “¡Me duele el hueco!”, me decías
con la voz entrecortada, cuando aun yo no entendía que la oquedad de la que
hablabas estaba en el alma y tú te
habías vuelto menuda y transparente a causa de los vómitos y los malos
pensamientos.
“¡Te
tienes que animar!” Te decía la señora Josefa, viéndote sentada junto al
zaguán, con los ojos entrecerrados y la cara seria. “¡Venga, mujer, haga por
usted!”, increpaba Benito, un hombre tímido que conmigo apenas había cruzado
algo más que un” buenas tardes”.
Un
día, eternamente cansado de tu mirada triste, entré decidido en la tienda que
extendía escaparate justo enfrente de nuestro portal, en el comercio del joven
chino al que todos llamaban Juan. Lo hice con la intención
de situarme detrás de la luna de vidrio a donde iba a parar el fondo de tus
ojos, aquellas retinas oscuras en las que hacía tiempo ya que no me veía. Me
decidí, con la idea peregrina de captar una nueva perspectiva, porque necesitaba
entender qué era lo que mirabas de forma insistente, que era lo que te
desplazaba desde el frescor de la acera empedrada o desde detrás del balcón, cuando
el invierno se derretía ya entre los adoquines.
Miré
a un lado, luego al otro. Escruté cada rincón con un gesto de abatimiento. Crucé
la calle para tomar medidas, me agaché, volví a entrar…Entre tanta cacharrería
y esmalte de uñas, no acertaba a descubrir qué era ese punto hipnótico que te tenía
parada en un lugar en el que yo no era bienvenido.
De
casualidad, cuando ya me despedía del vecino oriental con el que ni siquiera me
entendía en el habla, vi en una cesta, justo al lado de la puerta, unos ovillos
de hilos de colores que me trajeron sonidos de un tiempo que ya no parecía
real. Te evoqué, con una sonrisa de nostalgia, esperándome cada noche vestida
de novia formal, tejiendo entre risas cantarinas, las colchas para el ajuar. Con
un halo de esperanza compré no uno, sino cinco madejas de hilos de diferentes
colores que porté como ofrenda, más como un anhelo que como un regalo, más como
una súplica que como una idea.
Al
principio me lanzaste una mirada vacía, de esas que habías aprendido a dar
forma y a las que yo no acababa de acostumbrarme nunca; un gesto desvaído con
el que me diste a entender que todo era inútil. Pero un rato más tarde, de
reojo, te observé con cautela rebuscar en el armario hasta dar con la aguja, y te
contemplé, arriesgando la emoción, mientras te dirigías despacio a la silla que
en esos días habitaba el balcón, en tanto empezabas a tejer algo que a mí me
pareció una bufanda deshilachada.
A partir de ese día trabajaste de forma
convulsa, como si el hilo que pasaba por tus manos fuera, de alguna manera, la hebra
con la que yo trenzaba poco a poco la esperanza. Por la casa pasaban las
vecinas, siempre con algún encargo que tú cumplías sin prisa pero también sin
darte una pausa. Confeccionaste el gorro de lana para Emilio, deseando que le
abrigara el frío de las mañanas; dos jerséis iguales, azul pálido y muy
pequeñitos, como los mellizos de Juana. La gente venía a pedirte que les
tejieras un vestido para la niña casadera, una chaqueta por si la tormenta
arreciaba.
Un
día, te vi levantarte de aquella mecedora en la que bamboleabas tu propia
tragedia con los ojos llenos de recuerdos de otros, con los oídos repletos de ilusiones
ajenas.
“Es
que tejiendo el hilo de la vida de los demás”, me ha dicho el doctor muy serio,
cuando le he dado la buena noticia del cambio, “tu mujer ha vuelto a llenar el
vacío, la grieta que el cáncer maldito le había dejado en el alma”.
Y
con esas palabras me he vuelto hoy a casa, silbando bajito una canción que
habla de la alegría del reencuentro, saboreando de nuevo los besos recién recibidos,
los abrazos que creía perdidos. He saludado con un gesto de mano cortés al
chino Juan y he entrado confiado en el portal, donde de nuevo huele a guiso de
carne y a perfume, donde yo ya no tengo que aprender tu ausencia y tú has vuelto a anudarte al hilo de la vida.
M. Carmen Orcero
miércoles, 24 de enero de 2018
Memorias de África
Ayer volví a ver a Redford levantar alegremente el
vuelo y sobrevolar el paisaje. Lo imaginé libre, dibujando piruetas y soñando
con volver algún día a aquella granja, al pie de las colinas de Ngong.
Un momento después, con sólo mirarla, me estremeció
la ternura, la delicada comprensión con la que Meryl Strepp escudriñaba el
cielo, despidiéndose de él con voz queda.
domingo, 12 de noviembre de 2017
La sonrisa
De vez en cuando, me encanta revolucionar facebook con una foto, con una idea, con algo que provoque risa.
Me gusta ir viendo cómo entran a comentar los amigos en el mismo tono desenfadado y simpático con el que yo inicié la conversación. Me reconforta reconocer a todos y cada uno de los que se acercan a poner un icono de esos que salpican lágrimas, a todos y cada uno de los que deciden seguirme, aportando su opinión de forma hilarante.
A veces, porque son mis amigos, detrás de algún comentario cómplice adivino una tristeza guardada, una pérdida, un dolor que sé que les ronda. Así de dura es normalmente la vida. Y entonces me emociona comprobar que durante al menos un minuto, tienen la generosidad de acudir a mi llamada y les apetece compartir conmigo un trocito de su risa.
Y es que hace mucho que creo que la sonrisa es el mejor antídoto para el desaliento. Por eso necesito acudir a ella. Ese leve ejercicio de subir comisuras y sacar a bailar a los pliegues de la piel, te permite no tener que decir nada más, se convierte en un idioma universal que acaricia el alma.
Bienvenida sea la risa en todas sus formas y manifestaciones. Creo que es la única manera de sobrevivir cuando del cielo llueven estrellas apagadas.
Ahí tenéis mi pregunta de hoy en facebook por si queréis apuntaros a los comentarios:
Buenos días. A ver si me echáis una mano, chic@s. Estoy pensando en renovar la cocina. Me he decidido por este modelo, pero no sé si cambiarle los pomitos por un dorado más brillante. Me da que le falta algo ¿Qué os parece?
Espero que no crean que pienso comprarla de verdad y me envíen al psiquiatra...¡Socorro!
domingo, 29 de octubre de 2017
Fronteras
Hace dos días cené con unos amigos alemanes a los que he conocido hace muy poco. Durante la velada, en la que nos despedíamos porque vuelven a su tierra natal después de unos días de vacaciones en Cádiz, me dieron la sorpresa de aparecer con un ejemplar de "A la sombra de los tamarindos" que habían comprado esa misma mañana para llevárselo dedicado. "Queremos tenerlo porque cuando hablas de tus libros te brillan los ojos", me dijo Lala en un perfecto español que siempre me toma por sorpresa. Y yo recordé otra conversación nuestra de algunos días antes, cuando les conté, como hago siempre que alguien me pregunta, que esa novela es un canto a la solidaridad, a la importancia de los sentimientos, al valor del ser humano por encima de la raza, de la clase social, del lugar de origen...por encima de todo.
Hablamos y hablamos al calor de un vino criado muy cerca del Duero, comimos tortillas de camarones como el guiño cómplice que siempre dedico a mi pueblo, compartimos sus experiencias con amigos de Senegal y me traje a casa un chocolateado calendario de adviento que en Dusseldorf tienen la costumbre de regalar por estas fechas a los amigos.
Yo no podía dejar de pensar en lo que estamos viviendo en España. El mismo día que en mi tierra se cerraban fronteras y se excavaban abismos insalvables frente a unos españoles que ya no quieren serlo, en cambio en mi corazón se abrían puertas para personas de un país al que nunca he ido, se instauraban lazos de cariño con unos "extranjeros" con los que no comparto color de ojos, y con los que no puedo comunicarme en ese idioma suyo, tan gutural, a pesar de que lo intentara provocando la risa de toda la mesa.
¿Cuándo aprenderemos?¿Cuánta confrontación será necesaria para mantener en alto la estaca que separa mi trozo de tierra del de al lado? No busco culpables. Supongo que cada cuál mimará sus razones con la importancia con la que manejamos lo absoluto.
El miedo sabe perfectamente que le temo. Por eso lleva unos días jugando conmigo.
miércoles, 5 de abril de 2017
Intercambio
Hoy mi hijo vuelve de Francia.
Apenas acaba de cumplir dieciséis años y ya ha conseguido mucho más que yo a pesar de mi edad. El instituto les ha dado la oportunidad, a él y a un grupo de compañeros, de hacer un intercambio con chavales franceses para aprender cada cual del idioma, las costumbres y el paisaje del otro.
Yo creo que la experiencia es maravillosa. No tengo ninguna duda de que no hay nada mejor para entender a otra persona que vivir, al menos durante unos días, dentro de su piel, sabiendo del esfuerzo que realiza, de la familia en la que vive o de la lluvia que lo empapa. Así se aprende el idioma, pero también a no juzgar lo que no se conoce.
Pero además de los niños, que se lo han pasado de maravilla, estos días también a mi manera yo he estado de viaje. Conectada al cordón umbilical de un grupo de whatsapp donde los profesores iban dando el parte diario, me he sentido acompañada por la reunión de padres que, como yo, hemos pasado el tiempo con el corazón en un hilo, deseando que todo fuera bien. Con ellos he compartido los miedos y la emoción de verlos sonreír en la pista de patinaje o admirando los maravillosos paisajes del norte de Bretaña. A veces, incluso creo que nos hemos puesto pesados, y lo siento por esos profesores pacientes que han ido subiendo fotos y contestando preguntas con toda la amabilidad del mundo. Pero ellos, que son padres también, seguro que entienden que no se puede vivir sin sobresaltos cuando tienes lejos un trozo tan enorme del corazón.
Ahora es tiempo de abrazos de vuelta, de dejar de echar de menos. Sólo me queda dar las gracias: a los tres profesores por el compromiso, la responsabilidad y la ilusión compartida. A los otros padres, compañeros de incertidumbre, por la cálida sensación de no estar solos. Y por supuesto, no puedo olvidarme de felicitar a ese grupo de chavales que se han portado muy bien, que han sido capaces de demostrar que merece la pena el esfuerzo con el que los hemos educado entre todos.
Ah...bueno, sí...me queda otra última cosa por hacer antes de ir a recogerlo. "Francia muy bien, mamá", me decía ayer, "pero qué ganas tengo de comerme una tortilla de patatas".
A ello voy, que en breve lo tengo aquí.
Gracias a todos por todo.
viernes, 30 de diciembre de 2016
El Belén de Miguel
A Miguelito le encantó su primera Navidad.
Si le hubieran preguntado entonces, probablemente habría contestado, con la media lengua y los dos palmos con los que apenas se levantaba del suelo, que lo mejor de todo lo que había descubierto en esos días era el portal de Belén.
No tenía edad para preguntarse por qué ocurría aquello precisamente en esa fecha concreta, ni qué significado profundo arrastraban la estrella de purpurina ni el buey y la mula, que todavía se colocaban cerquita del niño. Pero lo que él podía decir es que una tarde, sin venir a cuento, sus padres le habían regalado el mejor de los escenario para jugar a sus juegos.
Bien pensado, aquello que habían colocado con esmero en una zona céntrica del salón, era el paraíso para la imaginación de un niño: tierra de la de verdad para recrear la batalla de las tortugas ninja, un garaje de paja donde resguardar el Ferrari rojo del Scalextric que le adjudicó a San José… había sitio, pensaba con su cerebro práctico de niño soñador, hasta para las vías del tren, a las que había situado, en lo que llevaba de mañana, sobre un río de papel de plata con el que mamá envolvía los bocadillos de la guardería.
De fondo, curiosamente, una música cansina que nunca antes había oído, repetía algo de unos peces que bebían y una burra que gritaba «ring ring» de forma estridente.
En un último juego, ya cerca del anochecer, el niño decidió colocar a todos aquellos personajes que nunca había visto en la tele, formando una fila, un frente común. Iban todos hombro con hombro: pastores, reyes y ángeles, sin distinción de razas ni de estatus social.
Así se encontró su padre el portal de Belén al entrar en casa, con todos los miembros de frente, mirándolo fijo mientras cerraba la puerta de entrada.
«¿Pero esto qué es?»...oyó Miguelito a su padre decir al pasar, «¿un portal de Belén o una manifestación de los astilleros?»
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