lunes, 24 de agosto de 2015

Un dentista y un tamarindo

Mi hija, como casi todos los adolescentes que conozco, anda sufriendo el martirio de los brackets. Como su proceso ha sido complicado, lleva casi tres años yendo y viniendo al dentista. Yo me armo de paciencia, enciendo mi libro electrónico y la espero en la salita, mientras ella se enfrenta al reto de la puesta en fila de incisivos, caninos y algún que otro molar. Por eso, cuando hace un par de meses, la enfermera me dijo: "Cantillo quiere hablar contigo", no me extrañé. Supuse que por fin terminaba este proceso que en el caso de María, se está alargando algo más de lo habitual. 
Manuel Cantillo es un dentista joven, con un carácter tan agradable que en la vuelta a casa después de la consulta, cuando suelto la típica pregunta de madre desesperada sobre la conclusión de este camino que parece no tener fin, termino escuchando una conversación sobre grupos de música y calles de Londres que mi hija y él han compartido. Conozco, porque eso se nota en las formas y en el tono, que es un profesional de lo suyo, a la vez que una persona encantadora. Pero además, la vida, que es así de apasionante como de imprevisible, aquel día en que me llamó, me tenía guardada una sorpresa de esas que no voy a olvidar.
Esta Semana Santa, Manuel hizo un viaje hacia la esperanza. No era la primera vez que se convertía en uno de esos héroes a los que yo quise homenajear con mi primer libro, pero esta vez se marchó con una ONG llamada "Dentistas sin fronteras", precisamente a Senegal. M. Carmen, compañera suya de la consulta, amiga mía y lectora de "A la sombra de los tamarindos", lo convenció de que no podía irse a Senegal sin haber leído el libro de la madre de María, que es como se me conoce en ese mundo que compartimos una o dos tardes al mes. Entonces, Manuel, que andaba por internet buscando vocabulario wolof, se echó en la maleta una novela que yo escribí, iniciando con su vuelo el camino más bonito que podía contarme nunca alguien, el viaje que convertiría de alguna manera la esencia de mi ficción en una preciosa realidad con la que me emocionó.
"¿Sabes qué nos pasó?", me decía mientras yo lo escuchaba con el alma encogida, "que el medicamento para la malaria nos causaba insomnio". Y con esas palabras como preludio de una crónica que me dejó el corazón reblandecido, Manuel Cantillo me contó, en el pasillo de su consulta, con la sencillez de quien hace las cosas sin esperar honores ni premios, un buen puñado de anécdotas que a mí me sonaron a música, un buen montón de pequeñas historias que unían la literatura con la vida y una novela con una verdad. Me explicó que compartían habitación con camas improvisadas en hamacas colgantes, y que en una de aquellas noches de insomnio y sueños extraños, alguien se quejó de no haber llevado un libro. Entonces, Cantillo dijo "yo he traído éste", y como si aquellas palabras fueran la varita mágica con la que hacer realidad mis sueños, uno tras otros, sus compañeros de viaje decidieron compartir aquel libro, aquella historia que yo escribí para homenajearlos, para hacer un canto a la gente solidaria, a las personas buenas como ellos que teniéndolo todo, se dejan aquí las comodidades del hogar y los hoteles de lujo para irse al otro lado del mundo a intentar remediar las miserias ajenas. 
"Tengo que enseñarte el libro", me decía sin darse ni cuenta de que yo no podía contestarle porque no recordaba cómo se pronuncian las palabras, "Tienes que verlo", me decía, "porque cada uno escribió su nombre en un trozo de papel a modo de marcapáginas" para saber dónde dejaba cada noche la lectura. Y yo me imaginaba a aquel grupo de chicos, tal como él me iba describiendo las escenas, haciéndose fotos con mi novela bajo los tamarindos, pasándose el libro durante las noches de vigilia y convirtiendo en realidad la ilusión de esta aficionada a la literatura a la que ese día, de esa forma tan sencilla y con esas palabras tan cálidas, un dentista convirtió en escritora a pesar de que nunca tuve ni tendré el Nadal ni el Planeta.
"Tráete el libro al Congreso de Barcelona, que yo no me lo terminé", fue la frase que nos hizo reir a los dos, y con la que me marché de aquella consulta flotando. "Pero una amiga de Alicante me ha dicho que ya se lo ha comprado porque quería tenerlo", me contó también riéndose, mientras yo pensaba que no tendré vidas suficientes, aunque consiguiera reencarnarme, para agradecer a unas personas a las que no conozco la enorme felicidad que supuso para mi aquella tarde.
He tardado en compartir mi historia porque todavía estoy esperando sus fotos prometidas (Cantillo si lees esto, acuérdate). Pero me da que tendré que esperar. ¿Sabéis por dónde anda ahora? En la India, el amigo Manuel y "Dentistas sin fronteras" están ahora en la India. 
Gracias por las emociones, Cantillo. Te deseo que seas feliz en la vida. No se me ocurre nada mejor que desear a personas como tú.
Gracias también a ti, M. Carmen, por poner desde el principio la ilusión. Sé que es de corazón. ¡Vaya dos! Conseguisteis que esta charlatana se quedara, por primera vez, sin palabras.



Las fotos llegaron. Gracias Manuel
 



jueves, 13 de agosto de 2015

En blanco y negro

Hace un rato, les contaba a mis amigos de facebook la última anécdota protagonizada ayer por uno de mis sobrinos. 
El chiquillo, que acaba de cumplir ocho años, estuvo viendo unas fotos antiguas. Me lo imagino, aunque no estaba presente, observando las fotos con los ojos muy abiertos, con una expresión que es muy suya cuando algo le sorprende. Un rato después, supongo que tras darle más de una vuelta en la cabeza, le preguntó a mi cuñada:
- Mamá, ¿tú ya vivías cuando el mundo era en blanco y negro?
Cuando su madre me lo contó, la verdad es que mi primera reacción fue reírme, pero reírme de veras, como sólo puedo hacerlo cuando intuyo detrás de la gracia la espontaneidad y la inocencia de un niño, reírme igual que cuando mi sobrino David se quedó a dormir en casa y después de levantarse lleno de ronchas de mosquitos, me dijo con tono de sentencia: "tata, el que te vendió el aparato de los mosquitos te ha timado". Reírme como cuando sé que para ellos no hay risa, sólo su verdad y su percepción, sin pretender hacer la gracia. Luego, cuando he vuelto a pensarlo en casa, me he dado cuenta de la filosofía que lleva detrás la frase, de cómo el mundo avanza sin que apenas nos demos cuenta. 
Entiendo que a estos niños nuestros, acostumbrados como están a juegos en los que los personajes se mueven con gestos humanos, a ordenadores que te felicitan porque saben en qué fecha exacta cumples los años; a estos que antes de andar conocen ya qué tecla pulsar para que la tablet reproduzca sus dibujos animados preferidos, no les cabe en la cabeza que hubo un tiempo, un tiempo de hace no mucho, en el que las cámaras de fotos tomaban la instantánea en distintos tonos de gris. Es algo tan poco común, algo tan extraño en su forma de concebir la vida, que al chiquillo le resulta más fácil pensar que es que el mundo era así, que todavía no se habían inventado los colores, antes que creer que algo tan sencillo como una cámara, que ahora se lleva en el móvil, en la parte superior del bolígrafo o en un llavero, no conocía el color como avance tecnológico.
Hoy, recordando a Pepe y su pregunta del millón, he vuelto a verme a mí, de niña, metida en la cama temblando, cuando de tanto oír hablar a los mayores de la guerra y del hambre pasada, creía, con la mayor de las inocencias y el más terrible de los miedos, que la guerra era algo cíclico, algo que pasaba de vez en cuando, como la primavera o la Feria del Carmen.
En fin, ayer mi hermana volvió a explicárselo, pero por la cara, me da a mí que no...vamos, que no hay quien lo convenza...jajajaja.. 
Bendita inocencia.

domingo, 2 de agosto de 2015

Islacultura 2015

El viernes por la tarde-noche viví una experiencia muy bonita. El lugar era mágico, el ambiente encantador y me consta que todos los que estábamos pusimos lo mejor de nosotros para que el momento saliera perfecto. Fue un encuentro realizado en San Fernando, La Isla, como nos gusta llamar a mi ciudad los que la queremos, en el que participamos personas que nos dedicamos de una u otra manera al arte, a la cultura, a esa forma especial de sentir la vida que te hace lanzarte de forma altruista, sin otra compensación que el aplauso de los que estaban, a subirte a un escenario y esperar las emociones.
Gracias a todos por estar. No hay nada mejor en el mundo que ser feliz y el viernes lo conseguí gracias a vosotros.
Os dejo mi pequeña aportación, un relatito corto que leí describiendo un sentimiento que creo que compartimos todos los que somos de esta tierra. 
Gracias


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
UA-11714047-1