martes, 30 de marzo de 2010

SEMANA SANTA EN ANDALUCÍA



Muchos historiadores coinciden en que la Semana Santa es la "fiesta" más antigua del Cristianismo. Algunos creen en la teoría de que la fecha en cuestión ya se celebraba antes del propio nacimiento de Cristo, conmemorando el éxodo del pueblo judío desde Egipto, hasta esa Tierra Prometida que sigue hoy en día protagonizando el inicio de los telediarios matutinos.
Ya en el año 329, el obispo de Alejandría hablaba de esta semana, como el ritual donde se celebraba la creación del mundo, esa creación que curiosamente también dura siete días y que hace coincidir el séptimo en el descanso del Padre y la vuelta a la vida del Hijo.
Si damos un paseo por internet, no cuesta mucho aprender que cada país vive a su manera la festividad, todos y cada uno influidos por aquello que la historia les deparó y por la mezcla que en muchos casos les fue impuesta, en nombre de la cruz, de la codicia o del progreso.
Cuando el rito, la leyenda o la liturgia, dependiendo de las creencias de cada cual, llegó a Andalucía, aquí estábamos esperándolo para hacer con la historia sagrada, un espectáculo de magia que tiene el poder, o al menos a mi me pasa, de hacerte caer en el encantamiento del ilusionista y en la fascinación de los sentidos.
Salir a la calle en Semana Santa, en mi ciudad, es como zambullirte de pronto en la primavera que acaba de llegar a esta casa, trayendo con ella los primeros rayos de sol del equinoccio. Todos los sentidos tienen que estar alerta porque la música te llena el oído, el azahar y el incienso te inundan de olor, la especia de clavo te golpea el paladar y la luz, el color y el encanto te invaden de lleno la vista.
Es el momento de la resurrección a la vida, para unos encarnada en la figura de Cristo y para otros, para muchos, representada en la sensación de saludar nuevamente al sol que te llena de savia y desperezarse del letargo y de la tristeza que nos dejó el último invierno.
Reconozco que a mí me seduce esta fecha. Me gusta el ambiente familiar de la calle, me encanta la estética de la fiesta y la mezcla tan atractiva de la luz de las velas, del color de la luna y del sabor de la música.
De alguna manera, siento que la Semana Santa simboliza que después del sufrimiento, siempre hay lugar para la esperanza y que detrás del invierno, de la lluvia y del viento, al final siempre triunfa la vida.
¡Veniros a Andalucía! Este es uno de esos lugares donde la gente valora de veras ese volver a empezar, esa nueva oportunidad que algunas veces la suerte tiene a bien ofrecerte. Veniros que sereis bien hallados, en esta parte del mundo donde se tiene esta forma tan especial de sentir la desgracia.
Todo estará marcado por el ritmo mágico y hechicero de un eterno redoble de tambor.



jueves, 25 de marzo de 2010

PONER UN MOTE

Tengo la ligera impresión de que el día aquel ya lejano, en que el hombre del Paleolítico hizo ademán de pintar un bisonte en el lienzo rupestre de Altamira, justo el que tenía al lado le dijo en un tono "grasioso": ¡déjame la tiza caramono!
Porque si hay algo que acompaña al ser humano, desde esa época oscura que algún listo bautizó para siempre como la noche de los tiempos, es el placer que sentimos cuando acertamos de pleno con el mote de un colega.
Y no te vayas a creer. Aquí no hay distinciones de clase, género o raza, porque vayas donde vayas, siempre hay alguien al que se le escapa, así como a media voz, la forma en que llama a un amigo, al médico que lo atiende o no te digo ya al profesor.
Si hay dos amigos juntos y tú preguntas por alguien, siempre hay uno de los dos que dice: sí hombre, ese es...y pumba, lo suelta sin darse cuenta, sin pensar que relación tiene el que escucha con "el joroba", "la pokemon" o "Pepito el del colocón".
Muchas veces los motes se ponen sin mala intención. Simplemente para identificar a alguien de quien no conocemos el nombre o para evitar que los niños que luego todo lo cuentan, sepan exactamente de quien estamos hablando, cuando añadimos al mote un atributo doliente y no llevarnos la sorpresa de que un día en el ascensor, tu prenda le diga a un tío: dice mi padre que tú eres un malaje...por no decir algo peor.
Otras veces lo heredamos sin culpa y como a traición y el error de tu bisabuelo se te pega al apellido y no te lo quitas de encima ni aunque supliques perdón.
Más de una anécdota sé por culpa de la costumbrita. En mi casa concretamente hablamos de un conocido que contaba maravillas de la obra que estaba haciendo y tenía el hombre una muletilla que se te quedaba en la oreja: un palacio, he puesto mi casa como un palacio. Tanta lata dio ese pobre que "palacio" se le quedó.
Un día, un miembro de mi familia que me oía hablar de "palacio" con toda naturalidad, se encontró a la suegra del hombre y le dijo de forma educada: dale recuerdos a tu hija y a tu yerno. Sí a Palacios (confundiendo claro está, el mote por un apellido).
Aquella mujer pensando miró a mi familiar y le dijo dubitativa: yo se los doy de tu parte, pero mi yerno se llama Rodríguez.
¿Conoceis algún mote simpático?

domingo, 21 de marzo de 2010

EL PODER DE LA MÚSICA

Ayer vislumbré en la prensa un titular de éstos que ves al pasar como de reojo y que te retumban en la cabeza, como el fondo rojo del stop señalizador del sobresalto.
Por lo visto en Filipinas, donde la afición al karaoke ha tomado carácter de deporte, ocio o entretenimiento nacional, como queramos llamarle, han tenido que retirar de los locales habilitados para esa actividad, la canción My way de Frank Sinatra.
Al parecer, seguí leyendo cada vez más ávidamente por lo insólito de la noticia, la mala interpretación de esa canción en concreto, ha sido el motivo más recurrente para iniciar peleas que han acabado al menos en media docena de asesinatos y no se sabe cuántas lesiones de esas con las que la noche acaba en Urgencias.
En el mismo períodico que recogía la información del "New York Times", se añadían las palabras de un archiconocido cantante amateur filipino y el tío añadía con frialdad y supongo que con un gesto circunspecto: " Me gustaba My way ( A mi manera en traducción made in spain), pero después de todos los problemas he dejado de cantarla porque puedes acabar asesinado." Como dice una amiga mía con un acento castizo: pa mear y no echar gota.
Pido disculpas sinceras por la ordinariez de mis palabras, pero no me negareis que la cosa tiene mandanga.
Yo estaba intentando imaginarme la escena. El muchacho filipino en el escenario, interpretando en esa mezcla explosiva de inglés y tagalo que se habla por aquellos lares, una versión de la canción a mi manera, cuando alguien decide de pronto que sólo hay una manera de cantar a mi manera y que eso se arregla con la brutalidad de la fuerza.
Es curioso que la música que siempre nos hizo creer que amansaba a las fieras, tenga también el poder de inyectar el veneno de la furia en la gente y que la letra de una canción que cuenta la leyenda de aquel que vivió asumiendo los golpes sin ceder ni un ápice de la dignidad de su piel, sea el epitafio, la crónica de la muerte anunciada de un valiente que cometió el error de no afinar bien una nota.
Realmente, a veces, este mundo en el que vivimos se me hace tan extraño que me obligo a buscar desesperada el botón del "yo me bajo". Cómo es posible que alguien sea capaz de apagar una vida, simplemente porque no es de su gusto la banda sonora que la acompaña. Cómo explicar luego a su gente que el chaval se mató con el de al lado por pretender parecerse a Sinatra.
Lo que ocurre es que después vuelvo aquí, al lugar dentro de mí donde las cosas permanen en orden y donde soy capaz, con libertad, de tararear en cualquier karaoke.
Os dejo la versión "buen rollito" de Robbie Williams porque madre mía si un bruto de esos oyera la de una servidora...MIEDO ME DA...


miércoles, 17 de marzo de 2010

ÉRASE UNA VEZ

Siguiéndole el hilo a un comentario y animada por la curiosidad de unos contertulios amigos, me veo obligada a rescatar del olvido, el apartado más oscuro, la obra menos reconocida a la par que más ridícula de toda mi "afamada" vida literaria.
Para ponernos en situación, todos teneis que imaginaros una casa donde después de tres chicas, hace su aparición el esperado y deseado portador del apellido, ese del que mi madre a día de hoy sigue hablando como: mi niño, el pobre.
Lo que el niño decía cobraba fuerza de ley, lo que la criatura pedía...bueno qué os voy a contar.
Un día, mi padre comentó en casa que la Asociación de Vecinos del Barrio había organizado un concurso de cuentos navideños, con un buen regalo para el primer premio.
Con la palabra regalo, mi hermano pequeño arqueó la ceja y la madre salió en su defensa: ¡anda, échale una mano al pobre! (Léase en tono meloso).
Y allí, la menda, trabajadora en negro de todos los discursos, boletines, eventos y otros vaivenes de las distintas asociaciones a las que pertenecía mi familia por ambas ramas, se puso manos a la obra.
Sabido es que aunque ahora la vida es más sofisticada y en las fechas del villancico cada uno se lleva en el carro el dulce navideño que le apetece, en esta época de la que hablo, la Navidad llegaba a mi casa en una caja surtida que se colocaba en un cajón del mueble del salón y de la que todos íbamos disponiendo, según las necesidades dulceras de cada cual.
El final del sarao se repetía cada año, cuando allá por febrero echabas mano al cartón maltrecho y ...¡caramba!, sólo quedaba el de coco, sabor que por supuesto era el que no gustaba a nadie.
Ese pobre polvorón de coco siempre me pareció un personaje digno de un cuento. Era alguien triste, melancólico...que ve llegar el verano y se queda solo, sumido cual Bambi en la profundidad boscosa del mueble de mi madre. (Por cierto, hasta ahora no me había dado cuenta del daño que hizo a mi intelecto Walt Disney).
No puedo reproducir aquí, porque no conservo el documento gráfico, cómo se desarrollaba aquella tristona historia en la que el pastelito se preguntaba por qué los humanos no terminaban de hincarle el diente. Pero sí puedo contar que el niño ganó el concurso, que el lote de libros que para su desgracia era el premio, no se lo leyó nunca y que aquella historia ridícula me acompañará, por lo que veo, para los restos.
Pero como los males nunca viajan en utilitarios pequeños, no quedó la cosa aquí. Muchos años después, una prima graciosilla que tengo, me llamó un día muy afectada (de risa claro) para decirme: que sepas que el polvorón ha vuelto a ganar un concurso. Mi niño tenía que escribir un cuento en el cole y mira oye...un éxito.

viernes, 12 de marzo de 2010

UN MINUTO DE SILENCIO

Sé que hace apenas dos días dejé una entrada en el blog en la que os hacía partícipes de "la dicha" de cumplir un año más y sé tambien la importancia debida a celebrar este tipo de acontecimientos que dejan una marca en el minutero pequeño del reloj de la vida.
Pero como el destino a veces suele jugarte bromas macabras, quiso que hace seis años, la fecha de mi aniversario quedara para siempre señalada en el calendario de este país, como una de las tragedias más sobrecogedoras y "sinsentido" que han sacudido a España desde que tengo memoria.
No era la primera vez que la radio de la mañana abría la emisión con la voz apagada de las malas noticias, ni fue ese momento el único en que la sombra del terrorismo se cobraba vidas en la historia de la democracia. Pero fue de tal magnitud y de tal espanto el alcance de la onda expansiva de la tristeza que no podía dejar pasar esta fecha para mirar hacia atrás y presentar al mundo mi dolor y mi respeto ante tanta tragedia.
Lo que sí os propongo, después de estos seis años de un duelo que será eterno, es hablar de aquel día sin politizar el discurso, sin volver a caer en aquel enfrentamiento brutal que dividió a España de nuevo. Ahora es el momento de recordar la historia de alguien que algún día se llamó Manuel, de un hombre sencillo de nombre José... de todas y cada una de las personas que dejaron su futuro sentado en una estación de tren y de todos aquellos que todavía los esperan cada tarde, al abrigo de cualquier andén.
Malditos sean para siempre aquellos que causaron un dolor tan inútil en nombre de una lucha ajena. Malditos sean, donde estén, esos que creyeron que el terror de la buena gente abriría para ellos el cielo de los que no tienen alma.
No siento nada por ellos, ni siquiera odio. No me queda sitio en el corazón porque sigue ocupado por completo por la desolación, la solidaridad y la tristeza que guardo para los que se fueron, para aquellos pasajeros de tren por los que no podemos hacer nada más que guardar un minuto de silencio.

miércoles, 10 de marzo de 2010

CUMPLIR AÑOS

Mañana me enfrento a la dura tarea de cumplir un año más. Todavía me parece estar oliendo el humo de la última vela apagada y ya estamos aquí otra vez, recibiendo felicitaciones de los amigos que te miran más bien con la cara que se usa para las condolencias y que sonríen, sobre todo los más jovencitos, con una sonrisa socarrona de esas que disfrazan el pensamiento, mientras sus cerebros cuentan, con la rapidez de las buenas noticias, cuántos años les queda a ellos para tener los que yo ya tengo.
Este es sin duda el día del espejo. Y es que estoy convencida de que aunque la edad es inversamente proporcional a los complejos, es el momento del año en que inevitablemente, hacemos un repaso de arrugas y otras alteraciones innombrables del cuerpo serrano, para decidir, porque no nos queda otra, que tampoco estamos tan mal para lo que hay fuera.
Claro, no podemos dejar a un lado el apartado de las envidias, donde terminamos colocando siempre a Demi Moore, Ana Belén o Jennifer López, para poder culpar al botox, la liposucción o la aromaterapia, de semejante agravio comparativo de la naturaleza.
Incrustamos, eso sí, en el limbo de lo olvidado, a la delgadísima y monísima vecina de enfrente, a la que daríamos sin pensarlo dos veces, una parte inconmensurable de ese trozo que nos sobra, aquel que siguiendo la rima, simplemente ha venido y nadie sabe como ha sido.
Es el día de los propósitos y de las enmiendas, por supuesto hasta que llega el momento de la tarta que es justo cuando decides que la vida está para vivirla, mientras te zampas el merenguito, haciendo caso omiso a Demi Moore, a la antipática de la vecina y por supuesto al espejo.
Pues está bien, qué vamos a hacerle. Habrá que prepararse mentalmente y recomponer en un momento la cara del ¡bueno y qué! ¿pasa algo?, así como chula, para que nadie note, por Dios, que en el fondo un poquito sí que escuece, que es una "mijita" molesto asimilar que hay cosas que quedaron atrás para siempre, que hace mucho que se esfumó el halo de la inocencia y que son los hijos, los que esta mañana empiezan a vivir sensaciones que eran tuyas ayer por la tarde.
Sí, para que voy a negarlo, es durillo cumplir...............sí hombre ¿de verdad os creíais que lo iba a decir? A ver ¿cuántos son?
Se aceptan apuestas.

viernes, 5 de marzo de 2010

SERRAT

Para mi deleite y el de otros tantos, Serrat ha vuelto con un nuevo disco y además ha regresado a Hernández.
La última vez que escribí sobre el cantante, Pinochet acababa de ser "abdicado" de Chile y el amigo se plantó, con la sonrisa ladeada y el temblor de su garganta, a cantar Para la libertad en un lugar donde la libertad se estrenaba después de muchos años.
Recuerdo que entonces yo colaboraba en un períodico local y me faltaba columna para contar emociones y enjugar los sentimientos que aquellos dos poetas, unidos por la letra y por la música en una canción, habían grabado a fuego en mis ideales, recién estrenados también como aquella libertad a la que ellos cantaban.
Dice mi amigo Enrique que Serrat tiene pinta de antipático. Yo no lo sé. No me atrevería a decir lo contrario porque es verdad que hace mucho que pasó para mí, el tiempo de los mitos y los ídolos de barro y sé que es difícil saber de un vistazo qué hay detrás del fulgor de los focos y del satén de los brillos. Pero sí que puedo decir que la verdad que me gusta de él, sale desde detrás del mensaje de sus letras y me envuelve con el son del poema de su música.
Este verano he vuelto a sentarme expectante en un concierto: "Hoy puede ser un gran día", le dijo "Juan a José", romance el de "Curro el Palmo" y "Penélope", siempre "Penélope"...
Me he pasado la vida tarareando sus notas y sus canciones son tan mías que a veces me descubro sentenciando con sus acordes, una actitud ante la vida, una anécdota graciosa o la forma de encajar una derrota.
Quizás tenga razón mi compañero y detrás de la burla de una sonrisa, Serrat no sea lo que aparenta. Yo, por si cuela y en bien de la gente que lo adora, quiero lanzar un llamamiento y comunicar a quien corresponda que me encantaría compartir café y charla con la persona que no con el personaje y que no abandono la ilusión de que me cuente, con su pasión por las palabras, como es aquello de que cada quien es cada cual, de que prefiere el tiempo al oro o de que el hombre es la vida y el agua la historia.
Como sé que los días de creer han pasado y que los sueños forman parte del terreno inocente de la infancia, supongo que tendré que conformarme, como todos, con volver a escuchar su voz conocida dibujando los versos de Hernández y recordaré, desde la penumbra del salón de mi casa: que vino conmigo a la escuela, que con él aprendí quien gana y quien pierde en cada guerra y cuánto de belleza puede haber en un poema.
Hace muchos años vi a Joan Manuel reirse de veras. Hacía calor en Cádiz aquella noche y en la oscuridad interrumpida sólo por el foco que lo alumbraba, comenzó los primeros acordes de una canción sempiterna: Vuela esta canción/para tí Lucía/la más bella historia de amor/que tuve y tendré.
Al más puro estilo gaditano, se oyó una voz de mujer más bien madurita que decía: ¡Quién fuera Lucía, hijo...!
El Nano cortó la actuación y se rió con ganas.



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
UA-11714047-1