miércoles, 24 de diciembre de 2014

El resquicio de mi ventana


Y la Navidad se coló de nuevo por el resquicio de mi ventana. 
Fue como la luz suave del amanecer que reta a la oscuridad de la habitación donde habito, como el olor salado de las marismas que se entremete, jugando con los sentidos, hasta el fondo del alma. 
Sé lo que dice la cabeza, y la entiendo, sin tener que hacer un esfuerzo de titanes. Probablemente, nada cambiará de aquí a mañana, ni a pasado. Presagio, con terrible certeza, que el año nuevo no va a llenar de paz los corazones, ni de comidas las despensas vacías. Pero me gusta escuchar hablar al corazón de vez en cuando. Lo necesito porque me hace sentirme viva.
No habléis en voz alta, por favor. Shhhhh...Dejadme soñar.
Felices fiestas.

lunes, 8 de diciembre de 2014

A veces

A veces la vida se porta bien. Entonces, cuando está de buenas, todos sabemos perfectamente que sólo alguien como ella conoce la manera de hacerte sentir diferente, sólo ella, con el baúl de las sorpresas y la caja de las artimañas, es capaz de situarte en la cima del Universo desconocido, en el lugar fascinante donde confluyen los ríos. 
Es sencillo dejarse llevar, tú lo sabes, pero la voluntad no te acompaña, a pesar de que estás seguro de que la caída libre siempre produce vértigo. Por eso cierras los ojos pensando, mañana será diferente, mañana volveré a ser de nuevo, mientras susurra bajito: dejadme que sueñe.  
Yo para esos momentos he inventado un truco que de momento va bien. Consiste en llenar mis bolsillos de tierra. No sé de dónde saqué la idea ni quien me la sugirió. A veces, incluso me convenzo de que es mía, confundida por la efectividad del resultado conseguido. Es la tierra del lugar donde nací la que sube conmigo al espacio infinito donde me lleva la vida. Es una mezcla de estrato arenoso en la que crece la flora de las marismas que rodean mis entornos. Es un trozo de lo que soy el que se viene conmigo al vacío. 
Sé que no es un truco muy original, tal vez hasta os cause risa porque es verdad que tampoco el impulso es tan grande para olvidar las raíces. Pero siempre he pensado que los saltos no pueden medirse tan sólo por la distancia, sino que hay veces que también hay que calificar el ímpetu. Y para eso yo llevo mi tierra en el bolsillo del alma. Así, mientras una mano se estira, empeñada en alcanzar el algodón de azúcar que ofrecen las nubes, la otra se queda guardada en el bolsillo mágico con el que avanzo por el camino, removiendo con las uñas los granos de arena donde reposan mis pies.
No tengo ningún miedo a que el aire remueva mi pelo al regreso de la aventura. No os preocupéis la gente de bien. Sólo me hace falta una bocanada de este aire fresco que hace un rato se me ha colado en la vida. Tenéis que permitirme soñar un ratito. Os prometo que luego, a la vuelta, os cuento.

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