martes, 28 de septiembre de 2010

DE HUELGA

Me resulta muy difícil pronunciarme sobre la huelga. Creo que estamos demasiado contagiados por los virus externos para ser capaces de reflexionar sobre el sentido y el fin de un evento como éste. Pero hoy es día de “mojarse”. Hay que atreverse con los sentimientos, aunque sólo sea por el hecho de aprovechar los recursos que nos brinda esta sociedad democrática que costó tanto a tantos.
Para analizar lo que pienso sin presiones he tenido que aislarme un poco del mundo, dejar aparte los prejuicios y los análisis de otros y cerrar los ojos un momento para escarbar un poco en el fondo de mi intelecto y un mucho en el borde del corazón.
Ya en el primer parpadeo, mi inmediata sensación ha sido pensar que me alegro mucho de vivir en un país donde existe la libertad de convocar una huelga. No olvidemos lo que esto hubiera supuesto hace un tiempo que está ahí en la esquina que doblamos.
Es justo decir en alto que la situación no puede seguir así. La gente que gobierna tiene que ponerse en movimiento y entender que no puede continuar cargando el peso sobre el mismo pie. Que hay crisis mundial, eso está claro. Que si gobernara otro la situación sería la misma, eso al menos yo lo tengo claro también. Pero no pueden seguir apretando siempre el mismo tornillo cuando la mesa cojea, ofreciendo miel sobre hojuelas al que maneja el dinero y negociando con él su contento aunque sea ésta, tal y como sospecho, la única forma de comprar el progreso. ¿O es que acaso alguien se cree que los de arriba son tan tontos como nos lo pintan y que se están sometiendo a este suicidio político sin garantías de ganancia?
Pero siento tener que decir que tampoco estoy a gusto con los sindicatos y que hay algo en ellos que me hace reticente a la huelga. No me gustaría ser desagradecida porque a ellos debemos tanto los trabajadores que probablemente nunca seremos capaces de hacer justicia con aquella gente que tuvo arrestos para exponer su vida con la visión de tener lo que ahora tenemos. Aunque tengo que echarles en cara que estén tan deseosos de salir en la foto y que se luzcan tanto en las causas comunes pero a la hora de la verdad, cuando el empresario te pone la carta del adiós en la mano, dejes de ser para ellos “causa televisiva” y te digan sin miramientos que lo tuyo es un problema particular y que eres tú el que tienes que ventilarte el olor a rancio.
Por encima de todo, lo que más odio de la huelga es la coacción. No soporto el tema de los piquetes. Me da igual que al final las cuentas sean miles, millones o cientos porque sé que la mayoría de los que fueron a huelga lo hicieron por imposición, por imposibilidad de desplazamiento o por miedo.
Quedan ahí mis pensamientos y mis dudas. Que cada cual actúe con el corazón y según le pida el cuerpo. Al final y lo más absurdo de todo es que actualmente, igual que 4 millones de españoles sigo en paro. No sé qué hago hablando de huelga.

jueves, 23 de septiembre de 2010

EL CLUB DE LECTURA

Hace unos días abrí una nueva sección en el blog. Pensé hacerlo de forma discreta, sin darle mucha publicidad, sobre todo por el pudor de que alguien malinterpretara el sentido de la aventura o entendiera que se me “ha ido la olla” con esto del “blogger“, viéndome a mí misma como crítica literaria o emuladora a lo cutre de las reuniones del Café Gijón, nada más lejos de lo que mi vergüenza y mis dos dedos de frente me permiten.
Pero luego he estado madurando la idea y creo que la intención y la ocurrencia merecen una entradita aparte para informar a los colegas de charla de lo que se cuece en el horno de esta tertulia.
Ya una vez hablé de unas amigas que tengo con las que aprendí a soñar. Con ellas conservo la sana costumbre de reunirme cada cierto tiempo para comentar sobre lo divino y lo humano, para respirar aliviada porque sus hijos son igual de petardos que los míos o para hacer un repaso, así como por encima, de los cotilleos que hemos conseguido anotar mentalmente en el interludio de nuestras reuniones con esa sonrisa pícara del ¡ay cuando se lo cuente a las niñas! (¿las niñas mamá? que dice con sorna la hija de alguien del grupo.)
Pues bien, en la última de nuestras conversaciones a una de ellas se le ocurrió una idea. Se trata de hacer algo así, a nuestro modo, como un club de lectura. Se ha formalizado una propuesta de libro y en nuestra próxima reunión, en noviembre, todo el mundo tiene que traer la tarea hecha para comentar a nuestro modo la obra. Evidentemente será imposible conseguir algo serio conociendo al personal. Algunas, acostumbradas como están a esos cursos horrendos que sufrimos a veces por trabajo decían así como entre risas: hacemos una tormenta de ideas. Ideas no sé, pero tormenta…de eso no me cabe la menor duda.
El caso es que a mí esto me encanta. Disfruto enormemente con la lectura y a veces echo en falta la posibilidad de comentar con el mundo lo que he sentido. Pero, claro, con la amplitud de oferta literaria que se encuentra hoy en día en cualquier supermercado y lo ajetreado de la vida que llevamos, es difícil coincidir con un amigo que haya leído el mismo libro o que lo haya hecho en un tiempo tan cercano que la memoria alterada por los miles de usos cotidianos que hacemos de ella, nos permita a ambos tener un recuerdo cristalino del argumento.
Luego en casa, dándole mil y una vueltas como siempre con la parte hiperactiva del cerebro que me tiene agotada, se me ocurrió trasladaros la propuesta al blog y haceros partícipe de mis entretenimientos. La idea es tan simple como mágica. He abierto una nueva sección que veréis arriba y pinchando en ella se abren las puertas de un nuevo salón, en este caso abandonamos la salita de estar y os invito a pasar a la biblioteca. Pretendo combinar, ya me las ingeniaré, la tertulia de cafetería con la charla virtual. Todo el mundo puede opinar sobre el libro. No se trata de dar una conferencia ni de asistir a un coloquio con Sánchez Dragó. Se trata de pasar un rato ameno y de poner alas a la imaginación.
Estáis invitados a la inauguración sin copita ni canapés, esa es la pena, pero con la ilusión y las ganas de teneros por allí, incondicionales como siempre. Ya está hecha la primera propuesta de lectura. Más adelante pondremos los plazos para que todo el que quiera comente a la vez y nadie “destripe” a nadie el final de la historia.
Pasaros por “El club de lectura” y bienvenidos al mundo de las hadas.
Ah! por cierto, que a nadie se le olvide: los que no leen porque no quieren o porque no pueden, los que no pretendan suscribirse a la presión del plazo para leer un libro, que sepáis que aquí os estaré esperando como siempre, en la tertulia, empeñada en salvar de la quema estos buenos ratitos en los que una siente de veras la delicia de seguir viviendo.

viernes, 17 de septiembre de 2010

REVUELTO DE HORMONAS

Llevo unos días "flojilla" en esto de la escritura. La vuelta al cole de mis retoños y mil y una complicación que no vienen al caso, me han mantenido tan entretenida que no he dispuesto de un segundo para entrar en mi espacio interior a reflexionar sobre el mundo.
Hoy, en un arranque de sentimentalismo y buscando su complicidad, le pregunté a mi hija de trece años: María ¿sobre qué quieres que haga la entrada del blog?
Fíjate si he estado tonta estos días...como si yo no supiera, conociendo a la susodicha y partiendo de que hablaba con una preadolescente, atascada hasta la rodilla en el barro arcilloso en que se convierte la edad del pavo, que iba a responderme de la única manera posible que la revolución hormonal le permite: yo qué sé, mamá, escribe sobre los Jonas Brothers.
Vamos, hombre, lo que me faltaba...los Brothers. Mira que les tengo tirria a las tres criaturas. Y no es, evidentemente, porque yo haya tenido con ellos un mal cruce de palabras, en primer lugar porque no me codeo con estrellas y en segundo, que no menos importante, porque el inglés que manejo no creo que me sostuviera más allá del "how are you" que es mi saludo educado, pronunciado en un espaninglis confuso.
Tal vez sea más bien porque con diferencia, son las tres caras masculinas que tengo más vistas desde que adquirí el uso de la razón, por encima por supuesto de la de mi marido, la de mi padre o la de Mel Gibson, amor platónico de mi juventud que me lanzaba guiños azules a través de la pantalla de un cine.
Si entro en la habitación de la niña allí están los tres, ocupando cada centímetro de pared y mirándome con sonrisa Disney mientras barro bajo la cama. Que pongo una lavadora, allí están ellos de nuevo, colgados del tendedero serigrafiados en las camisetas. Si intento leer un rato vuelven de nuevo a la carga, llenando mi espacio auditivo con sus tres voces de pito.
Nick el de los ricitos que es el amor de su vida, parece de la familia. Conozco que sufre diabetes, la marca de guitarra que toca, el número de pie que calza, por supuesto el nombre del perro y de la madre que los alumbró, para dicha de mi hija.
Claro que alguna vez, como todo en esta vida tiene una doble lectura, los famosos hermanos Brothers como les llamo de forma cateta para molestarla a ella, me han hecho recordar la edad en que era yo la que soportaba los granos, la que volvía loca a mi madre y la que luchaba con el cambio que me atenazaba por dentro, escuchando a los Pecos aullar a la luna, una historia sobre la esperanza y algo de un sueño y una ilusión.
Supongo que por ahí hemos pasado todos aunque nos de vergüenza reconocerlo y que más de uno guardará en el baul de la memoria a aquel personaje curioso del que luego renegamos, cuando la batalla de las hormonas acaba siendo ganada por el buen gusto, la elegancia y la exquisitez.

viernes, 10 de septiembre de 2010

CUÉNTAME UN CHISTE

En una de las barbacoas familiares de este verano, se quejaba mi sobrina del tópico típico que existe (uno de ellos) con respecto a los andaluces y contaba que allá por donde va, siempre hay alguien que cuando conoce su orígen le pide que cuente un chiste.
Sé, como sabemos todos, el daño que se le ha hecho a muchas regiones de España tildándolas de tal o cual cosa. Pero tengo que decir que no es este tópico precisamente el que más me molesta.
Creo sinceramente que detrás de los mitos como de los refranes, siempre hay algo de verdad, una circunstancia que propició que los demás tengan esa percepción de nosotros mismos. Ahora, eso sí, distinto es que esta forma de ser o este carácter sea utilizado por otros para hacer mofa o para desprestigiarnos.
En el caso de Andalucía pienso que nuestra cultura y nuestra idiosincracia, regada con el sudor de la gente que nos precedió es la que ha hecho que seamos como somos. La cantidad de civilizaciones que han pisado nuestro suelo, la mezcla de creencias, el bullicioso comercio americano del siglo XVIII...todo unido a este clima que nos permite vivir al raso la mayor parte del año, hace que el andaluz sea hablador por parte de padre, contador de historias por herencia materna y "anecdotista" por antonomasia.
A mí no me importa que alguien me pida un chiste, aunque siento la decepción porque no tengo memoria. Siempre, claro está, que eso no menoscabe en nada el resto de mis aptitudes. Que nadie se equivoque con eso. Saber contar un chiste no significa falta de seriedad, ni incultura, ni por supuesto ausencia de profesionalidad en lo nuestro. No es más que una habilidad nacida con algunos que no con todos, junto con la tez morena o la "h" aspirada del habla.
En mi entorno hay grandes contadores de chistes, desde aquí un sincero homenaje a mi tío Lucas y grandes desgranadores de historias con los que me encanta reirme. No creo que haya algo más enriquecedor que el embrujo de alguien que sabe conjugar las frases para hacerte reir con un hecho verídico que a fuerza de exagerarlo, acaba convirtiéndose en leyenda.
Por eso os lanzo un reto. Vamos a perpetuar o a terminar con los mitos. Sea de donde seas, llegues de donde llegues: déjame una anécdota o cuéntame un chiste. Ahí va el mío.
- Abuelita, abuelita -dice asombrada Caperucita- ¡qué ojos más grandes tienes!
- Para verte mejor- responde el lobo
- Abuelita, abuelita ¡qué orejas más grandes tienes!
- Para oírte mejor
-Abuelita, abueli...
- Mira niña ¿tú a qué vienes aquí a traerme la merienda o a ponerme faltas?

lunes, 6 de septiembre de 2010

EL UMBRAL DE LA ALEGRÍA

Es curioso lo diferente que somos unas personas a otras en cuanto a la forma de tomarse la vida. Debe ser que cada uno vive de una forma tan distinta el impacto del día a día sobre su cuerpo que por cada individuo “respirante” hay un resuello peculiar que nos hace únicos.
Digo yo que debe ser que para la felicidad como para el dolor, también hay distintas intensidades que nos hacen estar más o menos cerca de eso que denominamos el umbral, dependiendo de la manera en que nos hayan educado, de las dificultades por las que hayamos pasado o simplemente debido a la genética que conformó nuestro carácter.
A veces es divertido pararnos a contemplar la alegría que tiene aquel porque consiguió algo con lo que tú ni siquiera sueñas, o el pesar que sufre aquel otro, simplemente porque no tiene algo que tú detestas.
En algunas ocasiones ese umbral nos hace sentir ridículos cuando la televisión, que es la forma más rápida de asomarnos al mundo, nos muestra la pobreza de un buen hombre que sonríe porque esta noche duerme al abrigo y nos hiela la tristeza del anuncio anterior que nos dejó en el cuerpo el escozor de no poder comprar el coche que conduce algún amigo.
Te das cuenta en un momento que la vida está hecha en base a las diferencias, que de esas diferencias se alimentan las grandes potencias y se envilecen las grandes familias y que todos andamos dando vueltas a la misma noria, unas veces en la cima, compartiendo la esperanza y otras "muy muy" pegados a la tierra, donde hay que poner los pies de vez en cuando para saber de primera mano el olor y el sabor de todo aquello que se cuece en la caldera.
Hace tiempo que aprendí a situar el umbral de mi alegría en la salud de mi gente. A partir de ahí, todo paso hacia delante es un escalón de más en el ranking de la suerte. El trabajo, el dinero, la esperanza…todos son un pasito adelante en el salón que hay detrás de la puerta de entrada a la locura, al gozo inmenso de tenerlo todo. Pero hace tiempo que entendí que no hay que apostar muy alto, que algunas veces la vida nos despierta de la siesta, sin saber qué nos aturde y siendo rana en vez de princesa.
Uff!…septiembre me volvió filosófica.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

AFRONTAR SEPTIEMBRE

Como aquello prometido no es más que una deuda que genera intereses en el saldo del pundonor, aquí estoy, de vuelta a la tertulia y dispuesta a afrontar septiembre lo mejor que las circunstancias nos dejen. Y es que septiembre es un mes…como decirlo…fastidiado, fastidioso…, con perdón: “jodido”.
El que estaba de vacaciones tiene que regresar, el que ya había regresado debe recibir con la sonrisa de pega, al compi al que no soporta o al jefe que llevaba un mes sin ejercer sobre él su presión habitual.
El que estudia y tuvo suerte siente fatiga al pensar que hay que dar cuerda nuevamente a las neuronas de la concentración y el pobre que no dio una, a ese le ha cogido el toro bullanguero del verano y ahora vive sin vivir en sí.
No digamos nada del que estaba en paro porque es seguro que con el calor fue más fácil hacerse a la idea de que los días de playa no eran más que unas vacaciones forzosas, preludio del final de ese túnel al que con el paso del tiempo sigue sin encendérsele la luz.
Yo que soy, ya me conocéis, muy de teorías, siempre he pensado que éste debería ser sin duda el mes en el que cambiara el año. Si os paráis a pensar probablemente sea septiembre el mes que más se merezca el honor de inaugurar calendarios. Es por antonomasia la época de los cambios: de pequeños ¿cuándo se entra por primera vez a la guardería y se experimenta la sensación de ser abandonados por la familia?: en septiembre. El colegio…¿en qué mes conoces el lugar donde vas a pasar parte de tu vida? La adolescencia…¿cuándo descubres por primera vez que aquel amor de verano se acaba cuando empieza el fresquito? Y la madurez…bueno ahí ya se riza el rizo: ¿en qué dichosa quincena cambia el tiempo y empieza a doler el juanete? Veis: septiembre, siempre septiembre.
¿No sería bonito al menos que tuviéramos la ilusión estos días de tomar la uva, oír las campanadas y tirarnos con ansia los papelillos? ¿Qué ofrece a cambio el 31 de diciembre? ¿que faltan cinco días para que lleguen los Reyes? Pues que vengan ya. Digo yo que si venían de Oriente acostumbrados debían estar al calorcito. ¿O no?
Pero bueno, debo recordar que no era mi intención venir hoy a luchar por las injusticias que arrastra el mundo desde hace milenios. Yo venía a contaros que se abre una nueva temporada, que os espero para el café y que por si acaso os deseo feliz año nuevo.


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