Y mañana, huelga general.
Sé que lo correcto para tener un blog sería no hablar de política
ni de ningún tema escabroso que pudiera incomodar a la gente (de distinto signo
y credo) que viene a menudo hasta aquí. Pero creo que no sería yo si no os dejara
mi impresión de todo lo que está pasando. Pienso que España se está enfrentando
en estos momentos a una situación tan grave, que no me siento capaz de sentarme
delante del teclado para hacer poesía de la primavera que llega, teniendo encima
semejante nublado.
A mí este tipo de huelga nunca me han gustado. No soy
partidaria de ellas, en primer lugar porque el ambiente de ese día me pone el
miedo en el cuerpo. Esas calles vacías, esa seriedad en las caras de la gente,
esa sensación de tensión...son como fogonazos de una luz gris que pone la piel de gallina.
Además hay un componente en las huelgas que odio
profundamente y es la coacción. El pobre ciudadano que quiere ejercer su derecho
a expresarse en libertad es incapaz de hacerlo, ya sea porque sabe que el
empresario le pondrá la crucecita que dice “estarás en la próxima lista”, o
porque vendrán los dichosos piquetes a increparlo o golpearle el coche, como si
fuera culpable de evadir el capital que al país le hace falta para salir de la
crisis y no una víctima más del miedo. Y todo para que después unos y otros presenten dos realidades
diferentes del resultado de la contienda, dos resultados tan absurdamente distintos
que uno nunca acaba enterándose de si ganaron los suyos o los otros, y si
verdaderamente sirvió para algo los euros que perdió de la nómina sin los que
este mes será más difícil todavía pagar las clases de matemáticas de uno o las
zapatillas de deporte del otro.
Pero, fíjate que esta vez, si la crisis me permitiera seguir
teniendo mi trabajo, yo sí iría a la huelga. ¿Queríais que me mojara no? Pues
esa es mi opción. Y lo haría porque tengo la impresión, reflexionada y sincera,
de que me están tomando el pelo.
Yo sé, lo he dicho muchas veces, que los recortes son
indispensables, eso está claro. No lo dice Rajoy ni lo decía Zapatero, no
depende del color político del “gobierno que nos gobierne”. Es algo impuesto,
vigilado y orquestado por los que tienen en sus manos las riendas de Europa. Y,
amigo, ahí no hay más que hablar a pesar de que todo tiene matices y de que sea
indignante que los mismos diputados que a mí me han dejado sin trabajo, votan “no”
o se abstienen a medidas que arañan con uñas de goma la más liviana de sus prebendas.
Ciento siete mil y pico de euros nos va a costar colgar en el Congreso un
cuadrito de Bono y de Marín por haber sido presidentes de la Cámara. Ganas me da
de llamar por teléfono. A lo mejor a las casas de sus señorías no llega la
propaganda del Mediamarkt, donde te imprimen una foto por 9 céntimos.
Pero lo que sí me hierve con la sangre que me circula, es
que se utilice la coyuntura para dar una vuelta a la soga que tiene ahogada a
la gente. Plantear una reforma laboral donde se puede echar a una persona de
una Empresa porque ha estado enfermo nueve días del mes es una vuelta atrás en
los derechos laborales de tal calibre, que sólo ese punto ya merece la
protesta. No se puede permitir que este río revuelto en el que muchos nos
ahogamos, sea la ganancia de unos pescadores a los que nunca les falta ni un
detalle en el equipo de pesca.
Así que yo voy a hacer huelga. La mía no tendrá incidencia
en ninguna lista porque la situación me ha dejado fuera del conteo. Pero yo
sabré que la hice. Mi familia notará que mañana la casa no va a estar limpia ni
las camas hechas. Será una idiotez o tal vez una pataleta, pero quiero al menos
que ellos sepan que aunque no soy población activa sigo de pie, indignada,
comprometida y sobre todo triste.