
Además, en mi pueblo, porque es feria y forma parte de la tradición como la procesión marinera o los fuegos artificiales, el levante se ha instalado sobre las casetas de telas de rayas y por entre los volantes de un vestido de flamenca.
Ya se insinuó anoche, suave pero persistente. Lo descubrí haciendo ondear las banderas y removiendo los farolillos que -cuestión de modas- cada vez abundan menos en el recinto ferial. Iba y venía, susurrándome al oído que andaba rondando la Calle Real, la Ronda del Estero y el Caño Dieciocho, que venía para cortejar a la Isla, que es como llamamos a San Fernando, me decía con la voz de los sueños, los que de verdad la queremos.
La madrugada se había sentado ya en la música de las orquestas y en el son de las sevillanas cuando me volví a casa, dejando a ese viento cálido agazapado, esperando el momento para lucirse, calculando el instante de gloria en el que entrar secando esteros y arrastrando nubes.
Dicen los que lo aprendieron en las huertas de afuera y las revueltas de periquillo que el levante juevero no es dominguero. Espero, por el bien de nuestras ganas de playa, que aquellos primeros piropos galantes que anoche sentí, cumplieran con el horario y no se hubieran colado, ya en viernes, en las manecillas del reloj de las ramas de sapina que adornan las marismas de mi tierra. Que hay mucha playa que recorrer y mucho chiringuito que disfrutar.
Levantito, pórtate, que tu amigo el calor aprieta.