
Hablamos y hablamos al calor de un vino criado muy cerca del Duero, comimos tortillas de camarones como el guiño cómplice que siempre dedico a mi pueblo, compartimos sus experiencias con amigos de Senegal y me traje a casa un chocolateado calendario de adviento que en Dusseldorf tienen la costumbre de regalar por estas fechas a los amigos.
Yo no podía dejar de pensar en lo que estamos viviendo en España. El mismo día que en mi tierra se cerraban fronteras y se excavaban abismos insalvables frente a unos españoles que ya no quieren serlo, en cambio en mi corazón se abrían puertas para personas de un país al que nunca he ido, se instauraban lazos de cariño con unos "extranjeros" con los que no comparto color de ojos, y con los que no puedo comunicarme en ese idioma suyo, tan gutural, a pesar de que lo intentara provocando la risa de toda la mesa.
¿Cuándo aprenderemos?¿Cuánta confrontación será necesaria para mantener en alto la estaca que separa mi trozo de tierra del de al lado? No busco culpables. Supongo que cada cuál mimará sus razones con la importancia con la que manejamos lo absoluto.
El miedo sabe perfectamente que le temo. Por eso lleva unos días jugando conmigo.
