martes, 21 de enero de 2014

Deficiencias

Estamos viviendo un momento y un país extraño.
No se trata solamente de que la vida nos haya cambiado en el aspecto económico. Eso es algo que los pesimistas casi estábamos esperando, desde que veíamos las calles llenas de Mercedes y a los pobres viviendo en chalecitos adosados.
No, no es sólo eso. Tengo la sensación de que se nos está colando por los resquicios de la puerta un aire rancio y oscuro, un hedor que recuerda a vela gastada y bola de naftalina. Y a mí no me gusta.
Yo que soy de las que disfrutaba del oxígeno que provoca la modernidad, me siento asfixiada entre tanto imbécil con sotana o sin ella, que pretende devolvernos de un empellón a un pasado que sólo es digno de recuerdo para unos cuantos privilegiados.
Me encantaba ver que la sociedad avanzaba. Despacio, dándose tiempo pero con paso firme, estoy segura de que caminaba hacia un lugar con menos tabúes y más esperanza. Me llenaba de orgullo ver a mis hijos darme las primeras lecciones de normalidad, cuando tenían muchísimos menos prejuicios que los que tuve yo a su edad, para aceptar que hay homosexuales y heterosexuales, padres separados, hijos adoptados, negros y blancos, católicos convencidos, bautizados por inercia y algunos que, incluso, elegían alternativa en vez de religión.
Por eso, cuando escucho al cardenal que dice que los homosexuales son "deficientes", y tengo la convicción de que es a él y otros de su camarilla a los que este Gobierno paga la deuda debida, no me río ni hago chistes como recomiendan en facebook. Más bien me indigno, me enfado y sobre todo me asusto.
Y es que esas afirmaciones gratuitas que gentuza como este caballero hacen en internet, en las cadenas de televisión vintage o en el púlpito de las Iglesias más ortodoxas, no hacen más que reavivar el odio y la desigualdad que siempre han sido germen de malos tiempos para aquellos a los que ven diferentes. Son muchos los años que cuesta dar un paso en estas cuestiones. En cambio, unas palabras dichas sobre el ánimo enardecido de la gente,  en un momento en el que las necesidades del bolsillo debilitan el espíritu más puro, pueden ser el antes y el después de una situación que la Historia nos recuerda que se va de las manos.
Creo que alguien debería pararle los pies a la gente que utiliza estos argumentos. Me da igual del color que vista o quien pague su nómina. Creo que no deberíamos esperar a que sea el nuevo Pontífice, el que venga a sacarle los colores y recordarle a este individuo o al que deseó en vivo y en directo la muerte a Pedro Zerolo, que por encima de la Iglesia en nombre de la que habla, en este país hay leyes que deberían, si no es mucho pedir, defender el honor de las personas, aunque en  boca de estos idiotas suene a indefendible.
Dice el lumbrera que la homosexualidad puede controlarse con un tratamiento igual que la hipertensión. Mira por donde vamos a tener un medicamento al que no se le aplicarán los recortes. Sólo verlo a él y queda claro que han sido excluidos de la Seguridad Social los supositorios que controlan la idiotez, el odio cerval y sobre todo el desconocimiento.
En fin...vivir para ver.

3 comentarios:

aureavicenta dijo...

Alto y claro, así te expresas, amiga.
No es un asunto tibio el que vuelve a la palestra, en Europa ya nos vuelven a mirar con algo de prevención. No me lo parece, está ahí, publicado en los distintos medios, tampoco en el extranjero pueden entender que a las estrecheces y penurias de nuestro país vayan sumándose brechas tan desproporcionadas y dolorosas, ¡que ya tenemos bastante!
Un abrazo

Mamen Orcero dijo...

Normal que nos miren mal en Europa, amiga, porque esto es increíble. Parece que volvemos a los años 40. Y lo peor es que no pase nada...Es increíble.

Anónimo dijo...

Pero ¿este hombre de qué siglo es?
Mar

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