"Mira lo listo que es con la cara de tonto que tiene", dice mi madre mirando la imagen en televisión del pequeño Nicolás.
Mi madre, que nunca se ha subido en un coche de lujo y que jamás disfrutará esos hoteles de cinco estrellas ni esos platos de comida moderna con los que se agasajaba a sí mismo el niño del PP, se ríe y pasa a la conversación siguiente. Ahora es la Pantoja y la intriga del posible ingreso en prisión la que centra su diálogo y su entretenimiento. Mi madre, que nunca permitió que ninguno de sus hijos trajera a casa una goma de borrar que no era la suya, se ríe con las bromas que hacemos sobre el niño diabólico y sigue a lo suyo, a poner meriendas y atender nietos sin que la hiel se le suba a la garganta. Y a mí no deja de sorprenderme que a mi madre no le sorprenda (perdón por la redundancia). No deja de parecerme extraño que a ella le de igual.
Creo que España ha cambiado tanto que también su gente lo ha hecho. El país ha dado un salto tan grande al abismo, que ya no emociona ver a alguien haciendo equilibrios en la red, que ya no produce orgullo pertenecer a ningún colectivo por miedo a que algún día nos hagan comer nuestra propia naranja amarga. Ni siquiera causa ningún reparo conocer el despilfarro de los dineros que deberían de haber sido nuestros ni nos hace asaltar las poltronas que no se escuche a la gente. Entonces, en esos momentos, no me reconozco en aquella época en la que fui joven y participaba en las manifestaciones de la Facultad. Asumo, con una tristeza sorda, que a mi padre no le valió de nada defender sus derechos de obrero ni esgrimir sus reivindicaciones de Sindicato. Ya no existen aquellos Sindicatos. Si me apuras, ya no existen ni los obreros.
En la televisión vuelven a poner la imagen del último caradura conocido. Yo también me río con las bromas de mis hermanos y lo absurdo de la realidad. Todos sabemos que éste no es el primero y apostamos a que tampoco será el último. Todos entendemos que nadie devolverá un euro de los dineros movidos, que quedará estancada alguna causa judicial, que retornarán las urnas y tendremos que votar...¿A quien? ¿A cuál?
La vida...que ya no es lo que fue...
4 comentarios:
Pues como más de la mitad somos masoquistas o sentimos el síndrome de Estocolmo, la mayoría votará a los mismos que nos han arruinado, a los mismos que nos han robado y a los mismos que nos han traido el Ébola. "Tranquila, mamá, que Madrid está muy lejos y aquí no llega", le decía yo a mi mujer para tranquilizarla; pero hete aquí que este Gobierno autoriza a los USA a usar la Base de Rota para traer aviones y tripulaciones infectadas del virus. Que Dios nos coja confesados. Un beso, Mamen.
Así es Juan. ¿Cómo nos va a extrañar que no tengamos "memoria histórica" si no tenemos memoria ni de lo que pasó hace un cuarto de hora? España es "asín".
¿Qué ha sido de aquellos jóvenes revolucionarios, que querían cambiar el mundo?. ¿quién se acuerda del secretismo con el que leíamos los libros del Ché Guevara a escondidas (que te pasó un amigo de la facultad, recuerdas)? ¿qué o quién nos ha robado la utopía? ¿cuando empezamos a dejarnos aborregar por estos "señores del poder"?.
Uf, me siento muy mayor, y cada día más pasota. Supongo que como casi todo el mundo.
Porfa, que aparezcan nuevos revolucionarios (pacíficos,eso sí, sin violencia, tipo Ghandi)que nos hagan despertar y actuar.
Yo creo que son diferentes, Ana, pero existen. Ellos son los que tienen ahora que tomar el relevo porque yo, como tú, me siento mayor y hace tiempo que he dejado de creer hasta en el Ché.
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