Esta vez, el ejercicio propuesto por Leonor en la tertulia ha sido diferente. No hemos partido de una imagen sino de un texto. Consistía en continuar con el relato a partir de un párrafo de la novela "El nombre de la rosa" de Umberto Eco.
Como siempre, un ejercicio interesantísimo. Cada uno de los presentes viramos, en cuanto a la forma literaria, hacia un lugar diferente. Hubo humor, ironía, sentimiento o crítica social, dependiendo del gusto o la personalidad de los que escribían. En mi caso, decidí hacerle un homenaje al autor y a ese momento dulce en que se pone fin a una historia y la cabeza deja de bullir de forma hirviente.
Ahí os lo dejo por si lo queréis leer. La primera parte ( en grafía diferente) se la he pedido prestada a Eco.
Me desperté cuando
estaba por sonar la hora de la cena. Me sentía atontado por el sueño, porque el
sueño diurno es como el pecado carnal: cuanto más dura, mayor es el deseo que
se siente de él, pero la sensación que se tiene no es de felicidad, sino una
mezcla de hartazgo y de insatisfacción.
Me senté a escribir sin pensarlo, con la armonía de la rutina
y de los gestos repetidos.
La mesa estaba llena de hojas en blanco. La mayoría las había
arrugado con rabia esa misma mañana, y
en ese momento, a medida que la mente se ponía en marcha pausadamente, me hacía
gracia observar aquella metáfora de otoño ocupando todo mi espacio.
Tuve la sensación de que la máquina de escribir me miraba con
aire provocativo. “A ver si te atreves”, parecía lanzarme, dispuesta a hacer
sonar la campanilla de final de renglón, determinada a no volver a permitirme
aquel tecleo impertinente de la mañana, aquella onomatopeya del toc toc que no
había dado ningún fruto.
Me pesaban los ojos. Llevaba demasiado tiempo dibujando el
mundo sentado en idéntica posición, y había llegado a pensar que ni siquiera yo
era ya la misma persona, que algo de aquel ambiente frío y tenebroso se me
había metido en el cuerpo para quedarse a vivir.
Uní las manos y crují los dedos con gesto de pianista. Tomé
un último folio con delicadeza, haciéndolo girar despacio mientras oía el
quejido del carro. Me concentré en aquellas teclas blanco sobre negro en las
que ya había vertido un universo, y me
entretuve en escribir la palabra fin muy despacio, en el centro de la hoja, con
dignidad de letra mayúscula.
Nunca supe si aquella decisión fue producto del sueño
intempestivo que había durado hasta la hora de la cena. Sólo sé que aquella
tarde, entre folios descartados y sentimiento de hartazgo, juré que guardaría para
siempre el secreto del nombre, de aquel que siempre queda cuando ya ni siquiera
está la rosa.
uto.
Me pesaban los ojos. Llevaba demasiado tiempo dibujando el
mundo
sentado en
id
éntica posición, y había llegado a pensar que ni siq
uiera yo
era ya la misma persona, que algo de aquel ambiente frío y
tenebroso se
me había metido en el cuerpo para quedarse a vivir.
Un
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un
último folio
con delicadeza, haciéndolo girar despacio mientras oía
el quejido del
carro. Me concentré en aquellas teclas blanco sobre neg
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había vertido un universo, y me entretuve en escribir la p
alabra fin muy
despacio, en el centro de la hoja, con dignidad de letra mayúscula
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Nunca supe si aquella decisión fue producto del sueño
intempestivo que
había durado hasta la hora de la cena. Sólo sé que aq
uella tarde, entre
folios descartados y sentimiento de hartazgo, juré que gu
ardarí
a
para
siempre el secreto del nombre, de aquel que siempre queda cua
ndo ya ni
siquiera está la rosa.
4 comentarios:
Pues lo has terminado gloriosamente, me ha parecido ver hasta la máquina de escribir.
Como todo lo que escribes, genial. Si Umberto Eco lo lee seguro que se siente identificado. Le has hecho el mejor homenaje.
FELICIDADES con mayúsculas.
Un beso.
Fabuloso Mamen, me han entrado ganas de volver a leer esa novela.
Gracias por comentar a los tres. Me encanta la novela y curiosamente también me gustó mucho la adaptación al cine porque si algo le recriminaría al autor es que explica en exceso todas las características de las distintas herejías y a veces la historia de la abadía es tan interesante que te desespera el parón.
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