El jueves mis hijos se graduaron. Dio la casualidad de que coincidieron en el día, aunque cada uno de ellos, por edad, se graduaba en una etapa de estudios y a su manera en una etapa de la vida diferente.
Para la mayor, el paso era de la secundaria a bachiller y ahí los padres teníamos poco que hacer. El acto era para ellos, con cena y fiesta de madrugada incluida, donde nosotros sólo teníamos la opción de ayudar con el maquillaje o la corbata, y desearles lo mejor del mundo, recordándonos a nosotros mismos en el espejo, en aquella época en que los sueños estaban intactos. Los tacones de subirse a la vida, los mensajes telefónicos de las ilusiones, la alegría de un futuro por estrenar saliendo por la mirada brillante de quien pretende comerse el mundo. Qué instante más bonito. Quien pudiera atesorarlo para siempre en una caja de papel de seda, para echarle un vistazo cuando el camino se hace difícil.
Con el pequeño fue diferente porque el cambio es además de académico, físico. No es solamente el momento de ir a otra etapa educativa, sino que el fin de curso significa también este año la despedida del colegio donde han pasado la infancia. Como dijeron ellos mismos, micrófono en mano, este jueves llegó la hora de vaciar la rejilla y dejar limpio el pupitre a los que vienen detrás. Así que mi hijo, sus compañeros y un montón de padres que andábamos luchando con la emoción que se empeñaba en escapar del corazón, nos sentamos a verlos recibir el diploma y el abrazo de sus profesores de toda la vida, con los que hemos compartido la responsabilidad de ayudarles a estirar las alas y aprender los primeros pasos del vuelo.
Fue una tarde emotiva, un ratito para recordar. Hubo mucha complicidad y mucha unión porque el colegio de mis hijos siempre se ha caracterizado por ello. Nunca tendré vida suficiente para agradecer a su director que tomara el cargo con la férrea decisión de hacer de un colegio una casa y de una comunidad educativa, una familia. Y fue bonito ver desfilar por el atril de los discursos a todos los representantes (profesores, padres, AMPA, alumnos), cada uno más emocionado que el otro, porque era el día agridulce de los agradecimientos, pero también de las despedidas.
Que han sido felices en este colegio, eso sólo había que verlo en sus lágrimas y en las nuestras. Que van a echar de menos su "cole", eso ahora no lo saben, probablemente ni lo crean por la emoción que les produce el cambio, pero estoy segura de que será así, de que algún día, cuando pasen los años y el tiempo los haya conducido por diferentes caminos, decidirán reunirse y volverán nuevamente a sus aulas y a sus recuerdos, a las voces de aquellos que han sido sus profesores y que, sin lugar a dudas, formarán parte de sus vidas para siempre.
Gracias a todos por la tarde fantástica que pasamos: al director y al claustro por el trabajo bien hecho y la emoción que compartieron, a los niños porque nos proporcionaron uno de esos momentos en que ser padres es lo mejor que puede pasarte en la vida y por supuesto, muy especialmente, a esas madres colaboradoras que se han dejado el alma para que todo saliera como salió, de maravilla.
Que tengáis muchísima suerte, chicos. Es el momento de demostrar lo que sois y cuánto valéis, así que ánimo, pasad un magnífico verano que en septiembre habrá que volver a ponerse la ropa de trabajo, el uniforme del esfuerzo que es con el que se consiguen los sueños.
3 comentarios:
Me encanta cómo cuentas las cosas, cada vez soy más fan tuya. Me has vuelto a emocionar con uso de pañuelo de papel incluido, ¡qué bonito todo lo que has contado!
Yo también estuve ayer de fiesta fin de curso, la primera a la que asisto como madre, mi niña actuaba con toda su clase para despedirse de la guardería, ya ves un nivel mucho más bajito que tus hijos, jajajaja. Por eso me he emocionado quizás un poquito más de la cuenta, porque me he imaginado lo que puedo sentir cuando me llegue el momento que tú viviste este jueves.
Ahora que pienso, creo que tienes una entrada sobre las mamis y las actuaciones de sus peques. Voy a buscarla que me sienta muy bien echar unas lagrimitas de emoción.
Y antes de irme, me has dejado con la boca abierta con expresiones tan bonitas como "subirse a los tacones de la vida" y " el uniforme del esfuerzo que es con el que se consiguen los sueños", qué gran verdad Mamen, ese es el uniforme que tú siempre has llevado y por eso estás viendo tu sueño cumplido como escritora. Un beso.
Cuentas los capítulos de la vida con una simplicidad y naturalidad que nos haces cómplices. Lo de ponerse el uniforme del esfuerzo, que gran verdad, y que importante es que lo asimilen. La verdad de la vida es que nadie regala nada, y lo que se siembra se recoge. Bss.
Hola Encarni.
La entrada que dices se llama Fin de curso y la puedes encontrar en la lista. He pasado a releerla cuando he visto que tú la habías nombrado y fíjate,hace nada que la hice. Era mi hijo el que iba disfrazado y bailando una canción y en septiembre, ya va al instituto...cómo pasa la vida.
Muchas gracias, Marcos, por tu comentario. Yo creo, como tú, que el esfuerzo y la constancia es lo único que sirve en la vida. Es verdad que hay gente a las que las cosas les llegan en forma de milagro, pero tengo la sensación de que eso a la larga no sienta bien y que hay demasiados casos de finales trágicos para los que lo tienen todo al alcance de la mano. No sé, será la envidia que me corroe...ja,ja.
Besos
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