Mi hija, como casi todos los adolescentes que conozco, anda sufriendo el martirio de los brackets. Como su proceso ha sido complicado, lleva casi tres años yendo y viniendo al dentista. Yo me armo de paciencia, enciendo mi libro electrónico y la espero en la salita, mientras ella se enfrenta al reto de la puesta en fila de incisivos, caninos y algún que otro molar. Por eso, cuando hace un par de meses, la enfermera me dijo: "Cantillo quiere hablar contigo", no me extrañé. Supuse que por fin terminaba este proceso que en el caso de María, se está alargando algo más de lo habitual.
Manuel Cantillo es un dentista joven, con un carácter tan agradable que en la vuelta a casa después de la consulta, cuando suelto la típica pregunta de madre desesperada sobre la conclusión de este camino que parece no tener fin, termino escuchando una conversación sobre grupos de música y calles de Londres que mi hija y él han compartido. Conozco, porque eso se nota en las formas y en el tono, que es un profesional de lo suyo, a la vez que una persona encantadora. Pero además, la vida, que es así de apasionante como de imprevisible, aquel día en que me llamó, me tenía guardada una sorpresa de esas que no voy a olvidar.
Esta Semana Santa, Manuel hizo un viaje hacia la esperanza. No era la primera vez que se convertía en uno de esos héroes a los que yo quise homenajear con mi primer libro, pero esta vez se marchó con una ONG llamada "Dentistas sin fronteras", precisamente a Senegal. M. Carmen, compañera suya de la consulta, amiga mía y lectora de "A la sombra de los tamarindos", lo convenció de que no podía irse a Senegal sin haber leído el libro de la madre de María, que es como se me conoce en ese mundo que compartimos una o dos tardes al mes. Entonces, Manuel, que andaba por internet buscando vocabulario wolof, se echó en la maleta una novela que yo escribí, iniciando con su vuelo el camino más bonito que podía contarme nunca alguien, el viaje que convertiría de alguna manera la esencia de mi ficción en una preciosa realidad con la que me emocionó.
"¿Sabes qué nos pasó?", me decía mientras yo lo escuchaba con el alma encogida, "que el medicamento para la malaria nos causaba insomnio". Y con esas palabras como preludio de una crónica que me dejó el corazón reblandecido, Manuel Cantillo me contó, en el pasillo de su consulta, con la sencillez de quien hace las cosas sin esperar honores ni premios, un buen puñado de anécdotas que a mí me sonaron a música, un buen montón de pequeñas historias que unían la literatura con la vida y una novela con una verdad. Me explicó que compartían habitación con camas improvisadas en hamacas colgantes, y que en una de aquellas noches de insomnio y sueños extraños, alguien se quejó de no haber llevado un libro. Entonces, Cantillo dijo "yo he traído éste", y como si aquellas palabras fueran la varita mágica con la que hacer realidad mis sueños, uno tras otros, sus compañeros de viaje decidieron compartir aquel libro, aquella historia que yo escribí para homenajearlos, para hacer un canto a la gente solidaria, a las personas buenas como ellos que teniéndolo todo, se dejan aquí las comodidades del hogar y los hoteles de lujo para irse al otro lado del mundo a intentar remediar las miserias ajenas.
"Tengo que enseñarte el libro", me decía sin darse ni cuenta de que yo no podía contestarle porque no recordaba cómo se pronuncian las palabras, "Tienes que verlo", me decía, "porque cada uno escribió su nombre en un trozo de papel a modo de marcapáginas" para saber dónde dejaba cada noche la lectura. Y yo me imaginaba a aquel grupo de chicos, tal como él me iba describiendo las escenas, haciéndose fotos con mi novela bajo los tamarindos, pasándose el libro durante las noches de vigilia y convirtiendo en realidad la ilusión de esta aficionada a la literatura a la que ese día, de esa forma tan sencilla y con esas palabras tan cálidas, un dentista convirtió en escritora a pesar de que nunca tuve ni tendré el Nadal ni el Planeta.
"Tráete el libro al Congreso de Barcelona, que yo no me lo terminé", fue la frase que nos hizo reir a los dos, y con la que me marché de aquella consulta flotando. "Pero una amiga de Alicante me ha dicho que ya se lo ha comprado porque quería tenerlo", me contó también riéndose, mientras yo pensaba que no tendré vidas suficientes, aunque consiguiera reencarnarme, para agradecer a unas personas a las que no conozco la enorme felicidad que supuso para mi aquella tarde.
He tardado en compartir mi historia porque todavía estoy esperando sus fotos prometidas (Cantillo si lees esto, acuérdate). Pero me da que tendré que esperar. ¿Sabéis por dónde anda ahora? En la India, el amigo Manuel y "Dentistas sin fronteras" están ahora en la India.
Gracias por las emociones, Cantillo. Te deseo que seas feliz en la vida. No se me ocurre nada mejor que desear a personas como tú.
Gracias también a ti, M. Carmen, por poner desde el principio la ilusión. Sé que es de corazón. ¡Vaya dos! Conseguisteis que esta charlatana se quedara, por primera vez, sin palabras.
Las fotos llegaron. Gracias Manuel