Hace un rato, les contaba a mis amigos de facebook la última anécdota protagonizada ayer por uno de mis sobrinos.
El chiquillo, que acaba de cumplir ocho años, estuvo viendo unas fotos antiguas. Me lo imagino, aunque no estaba presente, observando las fotos con los ojos muy abiertos, con una expresión que es muy suya cuando algo le sorprende. Un rato después, supongo que tras darle más de una vuelta en la cabeza, le preguntó a mi cuñada:
- Mamá, ¿tú ya vivías cuando el mundo era en blanco y negro?
Cuando su madre me lo contó, la verdad es que mi primera reacción fue reírme, pero reírme de veras, como sólo puedo hacerlo cuando intuyo detrás de la gracia la espontaneidad y la inocencia de un niño, reírme igual que cuando mi sobrino David se quedó a dormir en casa y después de levantarse lleno de ronchas de mosquitos, me dijo con tono de sentencia: "tata, el que te vendió el aparato de los mosquitos te ha timado". Reírme como cuando sé que para ellos no hay risa, sólo su verdad y su percepción, sin pretender hacer la gracia. Luego, cuando he vuelto a pensarlo en casa, me he dado cuenta de la filosofía que lleva detrás la frase, de cómo el mundo avanza sin que apenas nos demos cuenta.
Entiendo que a estos niños nuestros, acostumbrados como están a juegos en los que los personajes se mueven con gestos humanos, a ordenadores que te felicitan porque saben en qué fecha exacta cumples los años; a estos que antes de andar conocen ya qué tecla pulsar para que la tablet reproduzca sus dibujos animados preferidos, no les cabe en la cabeza que hubo un tiempo, un tiempo de hace no mucho, en el que las cámaras de fotos tomaban la instantánea en distintos tonos de gris. Es algo tan poco común, algo tan extraño en su forma de concebir la vida, que al chiquillo le resulta más fácil pensar que es que el mundo era así, que todavía no se habían inventado los colores, antes que creer que algo tan sencillo como una cámara, que ahora se lleva en el móvil, en la parte superior del bolígrafo o en un llavero, no conocía el color como avance tecnológico.
Hoy, recordando a Pepe y su pregunta del millón, he vuelto a verme a mí, de niña, metida en la cama temblando, cuando de tanto oír hablar a los mayores de la guerra y del hambre pasada, creía, con la mayor de las inocencias y el más terrible de los miedos, que la guerra era algo cíclico, algo que pasaba de vez en cuando, como la primavera o la Feria del Carmen.
En fin, ayer mi hermana volvió a explicárselo, pero por la cara, me da a mí que no...vamos, que no hay quien lo convenza...jajajaja..
Bendita inocencia.
4 comentarios:
Genial, M. Carmen. Y si te digo la verdad, me encantó aquella época. Creo que era más viva que ésta.
Es difícil comparar su inocencia con la nuestra, colorida la suya, gris la nuestra, pero sea como sea las defines magistralmente.
Para ellos es inconcebible vivir sin televisor, pero su desventaja es que nosotros la sustituíamos por la lectura. Indudablemente mejor ocupación.
A pesar de las diferencias entre la inocencia de estos niños y la mía, no me gusta pensar que el tiempo pasado fue mejor. Creo que ellos viven también un tiempo feliz, diferente, pero feliz. Seguramente cuando tengan hijos, pensarán, igual que nosotros, cómo es posible que esos niños del 2040 sean capaces de ser felices haciendo...vete tú a saber...con esto del ciclo de las modas, igual andan jugando al trompo o leyendo cuentos...jajajaja
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