Mi marido, que es un ecologista convencido desde que era un chaval y campeaba por la Sierra de Cádiz prismáticos en mano, anda siempre a la gresca con los niños: "Os creeis que los recursos no se acaban nunca", "Cuánto gasto de agua", "¿Tanto se tarda en darse una ducha?".
Conociendo su gusto por la Historia, no era de extrañar que encontrara, entre sus enormes conocimientos de batallas y estrategias, la expresión adecuada para etiquetar esa afición de mis hijos a las duchas de larga duración. "¿Qué?, ducha Hollywood, ¿no?, les dice cuando salen del cuarto de baño más de media hora después de entrar, haciendo referencia al premio que en contadas ocasiones se les otorgaba a las tripulaciones rusas durante la segunda guerra mundial, cuando para darte una ducha de más de dos minutos en un submarino, tenías que haber sido protagonista de una verdadera heroicidad.
Yo tengo un pequeño problema con esta pelea casera. Soy la madre responsable y copartícipe en la educación, así que mi papel está más que claro, porque entiendo que el hombre lleva razón. Pero reconozco (aquí en la intimidad de nuestra tertulia) que no tengo autoridad moral para representar la parte que me toca en la opereta porque en esta cuestión, los chiquillos han "heredao" el defecto de mí.
Vaya por delante mi respeto al ecologismo y a la gente que lucha por la supervivencia del planeta madre, pero yo es que entro en la ducha y se me olvida la extinción del lince y el calentamiento global. Hay algo en dejar caer el agua caliente por el cuerpo que para mí es como un bálsamo.
A veces, me encanta cerrar los ojos y notar el calor del líquido envolvente. Entonces, me imagino que me diluyo con el agua y dejo de ser yo. El cuerpo va desapareciendo lentamente y me hago ingrávida, liviana, como una gota. Me disuelvo, me escapo, me voy a conocer mundo a través del desagüe que me lleva hasta el mar. Desaparezco.
Afortunadamente mi casa tiene dos cuartos de baño, con lo cual, pienso siempre con esa inocencia que no sé por qué no acabo nunca de erradicar de mi mente a pesar de la experiencia vivida, no hay problema, nadie necesitará interrumpir mi momento de buceo en el mar de las sensaciones, mi único instante del día en que el runrún que me corroe el cerebro se calla y se quedan de un agradable color crema los pensamientos.
Imposible. No hay manera. El final de la experiencia mística siempre acaba y acabará igual. Lo tengo claro:
Toc, toc...mamá ¿te queda mucho?
3 comentarios:
Pequeños placeres que alegran la vida, que vas a hacer...
Y es verdad...¿qué se le va a hacer?...jeje
Pues sí Mamen, hay que darse de vez en cuando un lujo de esos. Tu post me ha traído a la memoria una canción de Mecano, Aire. Besos.
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