Dicen los psicólogos que cuando una mujer cumple cincuenta, se empeña en realizar el balance de su vida. Como hoy cumplo cincuenta y uno, he tenido doce meses completos para revolver los cacharros del baúl de lo vivido.
Hacer inventario no es fácil, os lo digo ya. Creo que somos demasiado críticos y muy poco generosos cuando nos observamos en la intimidad que proporciona el fondo del corazón, cuando no hay que aparentar serenidad ni adivinar la perplejidad en los ojos de quien mira.
Pero de nuevo estoy aquí, he vuelto del viaje al reencuentro tomando oxígeno con ansia después de la jornada de buceo, aspirando el olor del mar soñado y saldando las cuentas que me fui dejando abiertas a lo largo del camino.
El final del análisis no ha dado mal resultado, después del debe profesional y el haber de la familia y los amigos. Qué poco cuenta la deuda de lo que debió ser y no fue, frente al crédito solvente de sentirse querida.
Gracias, vida, por estos cincuenta y uno.
Gracias, amigos, por aportar el saldo positivo del cariño y la amistad, de las felicitaciones que emocionan, de las ganas de futuro y los recuerdos divertidos.
Besos y gracias a todos, de verdad.
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