viernes, 7 de enero de 2011

NI UNA PALABRA

Aprovechando que las fiestas te ponen la ocasión en bandeja y que el cuerpo nos lo pedía, en esta ocasión el club de lectura se reunió en una comida. Digamos que esto forma parte de eso que en Navidad yo llamo, salvando las distancias, “licencia para matar”, porque igual que al famoso 007, parece que a nuestro cerebro se le concede por unos días patente de corso para asaltar con ganas, con premeditación y sin ningún remordimiento, un solomillo al roquefort o una brocheta de cerdo acompañada, para más inrri con beicon. Así que sin pensarlo, pasamos de la tetería al restaurante, y es que digo yo que estábamos en Navidad y que ya habrá tiempo para la penitencia.
El libro en cuestión, ya lo sabéis, era “Ni una palabra” de Harlan Coben. Como siempre el club se portó. Puedo decir que personalmente la experiencia me está resultando encantadora. Mis amigas están completamente entregadas con el experimento y tengo que reconocer que van a las reuniones con el libro leído y muchas ganas de compartir sensaciones. Por supuesto, no esperaba menos de ellas, pero no puedo dejar de sentir agradecimiento porque a pesar de que la rutina a veces es muy complicada, han decidido hacer un hueco para estas lecturas y para estas puestas en común, a ratos serias, a ratos desternillantes, donde en definitiva deshilamos nuestros miedos, nuestras alegrías, vamos, en una palabra, la vida.
Con respecto al libro, estuvimos de acuerdo en que quizás como narrativa no tiene un mérito especial, no porque se haga aburrido o no enganche, todo lo contrario, sino quizás porque cuando lo lees, igual que ocurre con los libros de Dan Brown o de otros autores norteamericanos, tienes la sensación de que está hecho por encargo, como si esos escritores tuvieran los ingredientes de una fórmula mágica: un poquito de tragedia, escenas rápidas, diálogos directos…una especie de camino guiado hacia el cine, que hace que en cada página estés imaginando qué actor famoso va a protagonizarlo en la gran pantalla.
Pero la verdad es que la obra plantea un tema muy interesante que levantó los cimientos del club, porque la mayoría somos madres de adolescentes y teníamos puntos de vista parecidos aunque con matices sobre el tema. Toda la historia gira en torno a unos padres que sospechan que su hijo pueda estar metido en algún asunto complicado (drogas, alcohol…) y deciden acudir a un informático y espiar las conversaciones, los mensajes, en definitiva el contenido del ordenador del chico.
Y aquí surge el planteamiento central del libro: ¿deben unos padres invadir la intimidad de su hijo? ¿todo vale para protegerlo?
En un principio, tuve la sensación de que el debate iba a tener que ser declarado nulo. Éramos unas madres preocupadas a las que, en el fondo, el miedo atenaza por mucho que queramos quedar de modernas. Puedes pasarte la vida haciendo apología de la libertad, de la modernidad y de la matanza de focas en Canadá, pero cuando se trata de un hijo…. ¡ay madre, cuando se trata de un hijo! Qué fácil es desandar lo caminado. Y no por falta de convicción ni porque reniegues de tus ideales. Lo que ocurre es que sentimos tan cercano el peligro de fuera y es tan increíblemente sensible el cordón umbilical que nunca acabamos de cortar, que todo lo que sirva para mantener al cerebro engañado, todo lo que pueda hacernos creer que seguimos teniendo el control del calor que recibe el pollito, vale, sea cual sea el precio que se pague o la intimidad que se vulnere. El único fin, eso está claro, es salvaguardar su vida.
Pero hubo un punto en que una de mis amigas dijo algo así como: hombre, a mí no me hubiera gustado que mis padres me lo hicieran.
Y de pronto, en un momento, la verdad es que sólo por unos instantes, el debate se enriqueció con el giro. No teníamos ordenador, ni dejábamos rastros en Facebook, pero el espionaje paterno ha existido siempre y también nosotros fuimos hijas. Ahí hubo una lucha interesante entre lo que fuimos, lo que somos y probablemente lo que seremos, la misma persona en diferentes estadios de la misma historia
El final no quedó nada claro. Como ya he dicho otras veces, este club no tiene normas, ni taquígrafos, ni se terminan las reuniones exponiendo las conclusiones. Sí tengo que decir que el rato fue muy agradable, que el solomillo me supo a gloria y que ya hay propuesta para la próxima: esta vez vamos con una de misterio, Carmen Posadas y su “Invitación a un asesinato”.
Si os animáis sobre el tema anterior, dejo abierto el debate.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Deseando estoy contarte una anécdota, que, como pasa muchas veces en la vida,la tienes totalmente olvidada hasta que pasa algo que hace que se te venga al recuerdo, y la revivas como si fuera hoy. Me acaba de pasar y, ¡ay, mi querida Mª Angeles, hermana de nuestra anfitriona, casi eres la secundaria de esta historia mía. Hay que ver cómo a veces nos involucramos , sin quererlo y sin saberlo, en la trayectoria de las personas. Tiene que ver con lo que has planteado, con algo que cuento sobre mis padres totalmente inocente con mis amigas en la clase de Cristilú,y una de ellas escribe algo en un papel, me lo guardo en la carpeta y mi madre supercotilla lo lee. No os podéis imaginar.Es para reirse hoy, pero entonces lo pasé mal, porque era exagerada. Mi opinión a todo esto es que la intimidad es sagrada, pero a veces las circunstancias te llevan a pasar un poco el límite, sobre todo cuando son muy reservados, como es mi caso. Ante todo somos padres(los que lo somos), y nuestro deber es protegerlos, nos guste o no; estemos preparados o no.

Mamen O. dijo...

Sabiendo de antemano como son mi hermana y la anónima-conocida amiga, es facil asegurar que la anécdota será divertida.

JCR dijo...

Yo confío en mi hijo, un chaval responsable, buenas notas y puedes hablar con él, es bastante madura para su edad ¡pero! no las tengo todas conmigo, el grupo de amigos puede tener su influencia, siempre tienes el miedo cuando sale, lo prohibido puede ser todo un reto y sólo tengo que pensar cuando yo tenía su edad, posiblemente yo fuera peor.
Conclusión, prefiero vigilar dentro de los límites, tener los oídos y la mente abierta para intentar que su camino sea bueno, creo que todos opinamos lo mismo ¡son nuestros hijos!

Por cierto ¡Que bien suena lo del solomillo¡

Nota: Hoy los de Notodofilmfest han estado publicando los últimos cortos y la web andaba poco fina, probé el enlace y funciona bien, no obstante si ves que continúa igual me lo comentas para filtrar el corto desde el blog, así podrás verlo.
Lo mejor de todo son vuestras opiniones, me alegran mucho, gracias por interesarte.

Willy dijo...

Mmmmm.... apreciada paisana... He visto la peli, pero no he leído el libro, q me imagino q tiene q estar genial...pq la peli en sí era buena, pero los libros, por la experiencia q tengo, son siempre mejores y hay detalles q se escapan en nuestra visión...

Q tengas una feliz semani, te dejo un abrazo grande!

geli dijo...

Ya me han contado la anécdota, y es un poco fuerte para compartirla...jeje. Lo que hacía el aburrimiento en la clase de Cristilú.
Claro como yo no me enteré de la segunda parte, ni me acordaba del tema. ¡Menos mal que después me convertí en una "muchachita formal"!

Mamen O. dijo...

Hola Willy. Yo no he visto la película, aunque supongo que si la veo ahora me decepcionará después de leer el libro.
En cuanto a la de la anécdota...cosas de la edad, ja, ja...y de los espinonajes de los padres...como yo digo, la misma historia con los protagonistas cambiados.

Mamen O. dijo...

JCR, te contesto el último porque quería ver el corto que has presentado a concurso antes para comentártelo. Me parece una forma muy gráfica de sentir el rastro. Cuando he ido siempre me ha parecido un lugar extraño donde es verdad que se te embotan todos los sentidos. Suerte con el premio.

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