Antes, cuando los niños eran más pequeños y sobre todo por horario de trabajo, yo era compradora de grandes superficies para todo, incluida la carne e incluso el pescado. Pero ahora que por desgracia tengo libres las mañanas, reconozco que la calidad de la carne de la carnicería y el pescado de la pescadería no tiene nada que ver con el empaquetado ni en el sabor ni en el aroma; así que al menos una o dos veces por semana voy al mercado, la plaza como la llamamos por aquí abajo, o la carnicería de mi barrio a hacer la compra.
Si el día en cuestión tengo prisa, la verdad es que me desespero, porque si al igual que en el producto hay diferencias, no son menos las que se notan en cuanto a la relación con el personal que atiende y la confianza a la hora de exigir en los alimentos.
Tu vas al supermercado, te acercas a la sección de carnes, eliges el envasado que más se acerca a tus preferencias y como dice el otro: hasta luego Lucas. Pero si vas a la tienda, amiga, eso ya es harina de otro costal.
En primer lugar, en la carnicería de mi barrio todo el mundo se conoce, incluído por supuesto el carnicero, así que de entrada eso lleva implícito ya un protocolo de saludos entre todos tipo ¿cómo están tus padres? o ¿le gustaron los filetes a Fulanito? que al principio a mí me dejaban fuera de juego.
Claro, como todos somos vecinos, también se conocen los que están allí entre ellos, con lo cual a la pregunta del carnicero, siempre hay un voluntario para seguir con la charla que apostilla: no sabía yo que tenías malo al abuelo. Así que de pronto te encuentras en medio de una tertulia de la que aunque no quieras eres parte, porque al final, aunque sólo sea por educación, no tienes más remedio que acabar deseándole a la señora que todo se arregle y la enfermedad sea leve.
Pero hay otra cosa que a mí me da un poco de cargo de conciencia. Y es que ya he dicho alguna vez que como ama de casa soy regular, tirando a mala. Me las arreglo pero sin grandes aspavientos, y es en sitios como este donde de repente me siento pequeña. Las veo allí, en aquella especie de teatro donde exponen sus grandes conocimientos para diferenciar la babilla del jarrete y me entra como una sensación de desazón. "No, no", decía el otro día una señora de mediana edad, "a mí no me pongas morcilla de la que suelta manteca, sino de la otra". ¿Pero es que existe de la otra?, pensaba yo , mientras ella me hacía gestos de "a mí me la va a dar éste". ¿Y qué color tendrá la morcilla esa? ¿y por qué no la querrá? "Seguro que el simpático éste a mí me la da siempre y se está quedando conmigo", volvía yo a pensar en un momento de desaliento.
Pero hay sobre todo una frase que me deja anonadada. Yo he llegado a sospechar que es algo más que una frase, es como una marca que divide a las que verdaderamente entienden de lo que tienen entre manos de la pobre gente como yo, aprendizas eternas del arte de ser "mari". Es cuando dicen eso de: "a mí dame cuarto y mitad". ¿Cuarto y mitad? ¿Y esa qué medida es? Pero veo que el carnicero no pone objeción a la cuenta de gramos extraña y que el resto de los contertulios la miran sonrientes, como pensando "esta es de los nuestros", me digo yo con la imaginación desbordada.
En fin que a mí lo de la morcilla me llegó al alma. Yo ese día no dije nada para que no se notara mucho la ignorancia, pero mañana mismo voy dispuesta a quedar como una reina. Yo quiero morcilla de la que no suelta manteca colorá...aunque no me sirva "pa na". ¡Ay qué alegría! Ya disfruto pensando en el glamour que eso va a darme.
7 comentarios:
Que bien lo has retratado. Y es una pena que todo esto lo pierda el modernismo, en realidad las prisas que al final no llevan a ninguna parte. Me madre a veces pedía media cuarta, 125 gramos, y en mi barrio había una verdulería donde la llamaban "Doña cariño", porque mi madre siempre solía decir donde entraba, "cariño, ponme un kilo de" "cariño tienes patatas nuevas', cariño...
Lo has descrito genial Mamen. La verdad es que una vez al mes vamos al Mercadona y algún pescado y carne compramos,y marisco congelado. Nadie nos dice nada y el empleado nos mira sin calor ninguno. Cosa distinta es cuando vamos a la plaza o a las tiendas del barrio. Allí sí que se conoce todo el mundo, y mi mujer ahora suele también decir eso de cuarto y mitad, que son 375 gramos. Antes compraba por kilos: éramos seis personas en la casa más el perro; ahora estamos los dos solitos y nos basta con eso. Así no acumulamos alimentos y compramos fresco día a día. Un beso, guapa, ahora sí te lo puedo decir porque he visto tu foto en Informaciones. Ya te puedo poner rostro cuando veo tu nombre.
Es que esa madre y esa mujer que retratáis son auténticas. Mi madre va siempre al mismo puesto de frutas en la plaza. Yo alucino cuando voy con ella porque la frutera, sólo con verla empieza: aquí te tengo los plátanos para tu nieto fulanito (mi hijo que es como un mono en cuanto a los plátanos), las naranjas para el zumito de los mellizos..., y así va desgranando lo que se va a llevar mi madre con nombre del destinatario incluído. Mientras, toda la cola es una tertulia en la que se habla de las preferencias en cuanto a fruta y verdura de toda la familia o sobre lo mala que está la vida, tema estrella por desgracia.
Yo reconozco que a ratos paso de la sorpresa a la desesperación porque aquello no tiene fin, te puedes llevar allí una hora y no avanza la cola. Ja,ja
Bonita y a la vez entrañable escena la que nos ha expuesto. Ciertamente, en mi casa soy yo quien hace la compra, cuando voy a la "frutería" del barrio -venden de todo- me he topado con dialogos como el de la morcilla. Me ha gustado tu exposición y cuando vaya a la carnicería voy a pedir "un cuarto y medio de morcilla" -que no suelte pringa- para el cocido de garbanzos "sin pellejo". Un cordial saludo.
Ramón
Bienvenido a la tertulia Anrafera. Gracias por venir y te esperamos cuando quieras.
Morcilla sin pellejo, me lo apunto...ja,ja
Jajaja, me has hecho mucha gracia, y además me he identificado contigo totalmente. Yo soy un desastre en la carnicería, nunca sé qué es lo que tengo que comprar.
Yo además tengo un agravante terrible, durante 12 años estuve casada con el hijo de un carnicero, ¡y la carnicería de mi suegro en la esquina!!! ¡El pobre se debía arrancar los pelos cada vez que iba a comprar! Diga que como eramos familia, siempre me elegía buena carne ;)
Saludos, está muy bueno tu blog.
Gracias Ana Laura por venir y por supuesto por comentar.
Por cierto, antes de terminar el hilo de esta entrada. ¿Sabéis de dónde viene la expresión a tomar morcillas?
Pues en el siglo XIX, cuando no había perreras ni se tenía mucha conciencia del maltrato animal,a los perros callejeros se les daba veneno. Lo hacían metiendo el veneno en morcilla que es muy olorosa. Así que si os mandan a tomar morcillas, ya sabéis...
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