A lo largo de mi vida (esto empieza como las grandes historias) he conocido a una gran variedad de personas.
Como hacemos todos, y en mi caso por deformación profesional supongo que un poco más, tengo clasificadas a cada una de ellas, en ese esquema mental que es necesario para reconocerlas y reconocernos a la vez a nosotros mismos.
Creo que a veces el cerebro o probablemente el corazón funciona como una biblioteca particular, como un fondo histórico donde he ido colocando por baldas perfectamente clasificados: nombres, motes, anécdotas, a veces solamente imágenes de todos aquellos que han formado y formarán para siempre parte de mi vida.
En la zona que da más al interior, cerquita de mi mesa de despacho y donde el acceso es privado, guardo a los miembros de mi familia. Tienen trato de incunable porque la sangre forma parte del patrimonio nacional de mi cariño. Con ellos me recreo en cada una de sus páginas, porque todas guardan tesoros de mí misma. A veces noto que algunos tienen polvo, acumulado por el tiempo en que no paseo por sus letras a causa de la vida atareada. Entonces, cojo el teléfono o me los encuentro en un evento, y disfruto restaurando el papel amarillo que me recuerda tanto tiempo compartido.
En la sala grande, una redonda donde no hay esquinas, es donde tengo a los amigos. No me gusta ordenarlos, quedan bien como están, rebosando estanterías unas veces, situados estratégicamente en el mostrador... da igual, porque son de uso cotidiano, de meter en el bolsillo y llevar al café de las sobremesas o al trabajo que ya no tengo.
Después, accediendo por una puerta pequeña, hay una salita que está más cerca del pasillo. Allí he colocado en orden a los conocidos, a los que trato con respeto. Andan en esa antesala, entre el saludo cordial y la posibilidad de pasar algún día para dentro. Con la mayoría, seguramente nunca leeré mucho más allá del prólogo, aunque a veces, han sido muchas las historias que me han dejado sorprendida ojeando con ellos el primer capítulo.
Y al final o al principio del camino, todo depende de si voy o vengo, justo al lado de la entrada he dejado los libelos, los plagios, la literatura negruzca que no merece la pena. A veces paso y miro con un reojo poco disimulado, esperanzada con que algún ingenuo me haya robado alguno, y haya apartado de mí ese condenado maleficio.
Para alguien que ha vivido entre libros, a veces la vida se convierte en una biblioteca. Bueno, no sé, ¿como es aquello de..."en casa del herrero..."?
Creo que a veces el cerebro o probablemente el corazón funciona como una biblioteca particular, como un fondo histórico donde he ido colocando por baldas perfectamente clasificados: nombres, motes, anécdotas, a veces solamente imágenes de todos aquellos que han formado y formarán para siempre parte de mi vida.
En la zona que da más al interior, cerquita de mi mesa de despacho y donde el acceso es privado, guardo a los miembros de mi familia. Tienen trato de incunable porque la sangre forma parte del patrimonio nacional de mi cariño. Con ellos me recreo en cada una de sus páginas, porque todas guardan tesoros de mí misma. A veces noto que algunos tienen polvo, acumulado por el tiempo en que no paseo por sus letras a causa de la vida atareada. Entonces, cojo el teléfono o me los encuentro en un evento, y disfruto restaurando el papel amarillo que me recuerda tanto tiempo compartido.
En la sala grande, una redonda donde no hay esquinas, es donde tengo a los amigos. No me gusta ordenarlos, quedan bien como están, rebosando estanterías unas veces, situados estratégicamente en el mostrador... da igual, porque son de uso cotidiano, de meter en el bolsillo y llevar al café de las sobremesas o al trabajo que ya no tengo.
Después, accediendo por una puerta pequeña, hay una salita que está más cerca del pasillo. Allí he colocado en orden a los conocidos, a los que trato con respeto. Andan en esa antesala, entre el saludo cordial y la posibilidad de pasar algún día para dentro. Con la mayoría, seguramente nunca leeré mucho más allá del prólogo, aunque a veces, han sido muchas las historias que me han dejado sorprendida ojeando con ellos el primer capítulo.
Y al final o al principio del camino, todo depende de si voy o vengo, justo al lado de la entrada he dejado los libelos, los plagios, la literatura negruzca que no merece la pena. A veces paso y miro con un reojo poco disimulado, esperanzada con que algún ingenuo me haya robado alguno, y haya apartado de mí ese condenado maleficio.
Para alguien que ha vivido entre libros, a veces la vida se convierte en una biblioteca. Bueno, no sé, ¿como es aquello de..."en casa del herrero..."?
7 comentarios:
Preciosa entrada.
Mar
Muy buenos días mi querida amiga. Que bonita manera de describirnos tu relación con los libros, no soy mucho de leer, lo fui en una época en la que la estantería de libros de casa de mis padres, los que mi padre me enseñó a respetar, he revivido un poco tiempos pasados y eso siempre me gusta si son como en este caso agradables, ya te comenté que tengo por necesidad que cuidar mi vista y cada vez leo menos, ya me pongo una hora por la mañana en el ordenador y a intervalos de pocos minutos el resto del día por el mismo motivo.
Gracias por tus suspiros que me gustaron mucho a pesar de que te pensaste que no pero en tu casa volaron además, buena señal.
Besos y que pases un precioso día.
Hola Mar: gracias por tus palabras, como siempre tan amables. Besos.
Hola Lola:
¿Sabes qué pasa? que mi relación con los libros no sólo viene de leer. He trabajado mucho en bibliotecas, así que he tenido que catalogarlos, clasificarlos...
En cuanto a los suspiros, mira que tengo cara mandando la foto...ja, ja porque no tenían nada que ver con el aspecto de los tuyos (aclaro por si alguien nos lee que Lola tiene un blog de cocina maravilloso de donde copio las recetas con más cara dura que arte y ella que es un encanto siempre me dice que todo me ha quedado estupendo.A lo que yo añadiría, diferente pero estupendo...ja,ja). Besos también para ti, guapetona.
Excelente descripción de tu biblioteca íntima. Espero no estar entre los inquilinos de la puerta que está junto a la entrada, me conformo con pertenecer a los conocidos, los de saludos cordiales. me encanta esta entrada. Un beso
Hola Juan
HOmbre...cómo vas a estar en la puerta, con todas las conversaciones que hemos tenido, con lo encantador que eres conmigo. Es verdad que no nos conocemos personalmente, pero hay muchas formas de amistad y creo que una de las importantes es esta en la que ambos nos deseamos lo mejor, nos interesamos por la salud de la familia. No te quepa duda que formas parte de la sala redonda de los amigos.
¡Bravo, bravo y bravo! ¡Qué entrada más hermosa! La espera ha merecido la pena , has vuelto a tu blog por la puerta grande, como nos tienes acostumbrados.
Muchos besos .
Gracias Encarni, guapetona...je,je. Como para no volver...
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