Hace
dos tardes, probablemente una de las que más ha llovido en el año, tuve la
valentía de lanzarme a la calle.
El
día había sido ajetreado. El Planeta, a esas alturas de la rotación, apenas llevaba
moviéndose once o doce horas desde que
me puse en pie, y no sé por qué, tenía la sensación de que mi cabeza le llevaba
ventaja al astro madre en ese aturdidor
ejercicio de girar: madrugón, compras, casa, paraguas, lluvia…
De
repente, en un momento que no podría situar en la esfera del reloj que siempre
va conmigo, el coche quedó perfectamente aparcado, las luces apagadas y la
llave girada. Entonces, como en los encantamientos y los sortilegios, el mundo
se paró.
Note
que el viento hacía notar su presencia sutilmente, quejándose con un gruñido
desvalido. La lluvia, como un animal salvaje, se adueñó ferozmente del silencio.
Su repiqueteo me transportó a una tediosa tarde de verano y al teclado de una
vieja máquina de escribir. QWERT…POIUY transcribía sobre el techo del coche,
escondiéndome tras un manto líquido que se volvía cada vez más denso. Y la
melancolía, un sentimiento al que siempre recordaba triste, por primera vez en
mi vida, me hizo sentir bien.
Todavía
no puedo explicar qué pasó. Reconozco que ni siquiera me gustaría entender qué
ocurrió en aquel útero materno en el que el tiempo se descontó. Sólo sé que allí,
a cubierto y a salvo de todos los males urdidos, fui, de repente,
extremadamente feliz.
2 comentarios:
Haces magia con las palabras. El momento mágico que describes casi logra que me guste la lluvia por un instante, pero finalmente no he conseguido ponerme en tu lugar. A mí tantos días de lluvia me entristecen mucho, es superior a mis fuerzas. A mis padres, a mi marido, a mi hija les gusta la lluvia, se relajan con su repiqueteo mirando por la ventana, y yo no logro comprenderlos y lo he intentado, que conste.
A pesar de todo, hay tres momentos muy felices en mi vida en los que la lluvia, mucha lluvia, me acompañó y aunque me cueste, reconozco que fue la responsable de darle más encanto a esos días. El primero fue un almuerzo con mis padres y mis suegros en el que elegíamos el menú de nuestra boda, el segundo fue un día del viaje de novios paseando por Amsterdam y el tercero unas vacaciones de Semana Santa en una casita rural ya con mi hija en el mundo y embarazada de mi niño, llovió muchísimo, apenas pudimos salir de la cabańa, pero la lluvia por estas tres veces no me "aguó" el sentimiento de felicidad.
A esos momentos me aferro en semanas como ésta, en los que la lluvia, tan necesaria, no da tregua.
Buen fin de semana, y gracias por este café que me ha servido para animarme el día contándote mis buenos recuerdos. Un beso muy fuerte.
Te entiendo Encarni. Y no te voy a contestar por aquí, porque me has dado pie para una nueva entradita en la que voy a contarte la asociación que yo tengo de ciertas cosas a malos o buenos momentos. Gracias por estar siempre detrás del cristal. Besos
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