Desde que decidí, hace ya tanto tiempo que ni siquiera sería capaz de recordar la fecha exacta, que quería estudiar Historia, reconozco que ha habido días en mi vida en los que me he arrepentido de haber tomado ese camino.
La mía es una profesión difícil, de eso no cabe duda. Supongo que debe serlo en cualquier parte del mundo, pero es evidente que se convierte en algo mucho más complicado en un país como España, un lugar donde está demostrado que la Historia y la Cultura, esas dos disciplinas que deberían escribirse con mayúsculas, no sirven muchas veces nada más que para dar quebraderos de cabeza a quien nos manda, para parar las obras del centro comercial por la inoportuna aparición de un yacimiento arqueológico, o para engrosar de forma descomunal la cola del paro a la que hay que disfrazar con estadísticas absurdas.
A menudo, cuando comparto reunión con los amigos que han conseguido eso que se llama "triunfar en la vida", cuando celebro ascensos y escucho hablar de viajes maravillosos que yo no podré permitirme nunca, me planteo no una, sino mil veces, cómo se me ocurrió creer que iba a ser capaz de ganarme la vida de manera estable con una profesión tan denostada, tan poco apoyada institucionalmente, tan dependiente de unas oposiciones que si hago cuentas, se han pasado congeladas o amañadas casi la mitad del tiempo que llevo en activo. Creo que ese es el peor de los momentos, es la hora en la que el espíritu se vuelve débil, y alguna vez, como en los pasajes bíblicos, también yo reniego de aquello en lo que creí de forma ciega.´
Lo que ocurre es que de repente llega un día, uno de esos en los que parece que la vida pasa sin dejarse notar, y un golpe de aire fresco mueve las cortinas del balcón del corazón. Una nota escrita por alguien en el siglo XVIII, un pequeño trozo de papel que probablemente nadie más que esa persona y tú ha leído desde hace más de doscientos años, un trozo autógrafo de la vida de alguien, aparece entre las páginas de un libro. Os puedo asegurar que entonces la adrenalina se dispara, las manos tiemblan y aquellas letras escritas a pluma con una tinta de color oscuro que casi traspasa el papel, se graban con buril en la tablilla de nuestra memoria, en ese lugar que debe existir en el cerebro, y que destinamos a inscribir los grandes acontecimientos. "A 25 de diciembre"...voy leyendo en el trozo de papel amarillento, mientras empiezo a poner en marcha en mi imaginación, el artículo que escribiré para dar forma y contar lo que aporta al mundo eso que alguien me cuenta.
Estoy convencida de que la Historia bien narrada es un maravilloso cuento de hadas. He podido comprobarlo a menudo. Muchas veces, en esas reuniones en las que comparto éxitos y celebro viajes, he notado que se hace el silencio cuando empiezo, despacito, a relatar el cuento, cuando voy desgranando la historia verdadera que sé de un barco que desapareció si dejar rastro, de una pareja que descansa abrazada en el Museo de mi pueblo, de un hombre que dejó una nota en un papel en 1767 para que yo hoy pueda leerla.
Tengo que decir que entonces, como tantas otras veces, las aguas vuelven a su cauce y me reencuentro conmigo misma y con la ilusión que en realidad nunca perdí. Se me olvida la vergüenza de seguir dando tumbos laborales a esta edad y hago la cuenta matemática de todo lo que los sitios maravillosos en los que he trabajado me han aportado al espíritu.
Es verdad, sé lo que estaréis pensando, todos lleváis razón en que esto de la Historia dinero no da. Pero, de verdad, no os podéis imaginar lo que ofrece en satisfacciones.
2 comentarios:
Me alegra saber que a pesar de los sinsabores de los periodos que has estado en paro, disfrutas de tu trabajo y puedes ejercer de la carrera que elegiste.
La Historia es apasionante, je je, yo también estudié esa carrera. No me arrepiento de haberla estudiado porque era la única que me llenaba. Sí me arrepiento de los años y años que dediqué a las oposiciones de profesora de Secundaria, del dinero que invertí en academias, libros, fotocopias, viajes y pensiones para examinarme en otras comunidades. Todos esos años, no dieron su fruto y eso que no era mala estudiante, todo lo contrario, aunque suene pedante y sin modestia. Tiré la toalla justo cuando empezaron a cambiar las condiciones de los exámenes que facilitaban un poco a los opositores que llevaban años en esto, y sobre todo a los interinos.
Siempre tuve mis dudas y ahora sé que la enseñanza no me hubiese llenado, no es lo mío. Escucho a mis compañeros que sí siguieron intentándolo y consiguieron su plaza como docente y no me gustaría estar en su lugar. En cambio, te escucho a ti y a otras personas que se decantaron por la investigación, la Archivística, la Arqueología y han conseguido un hueco en este mundillo tan poco valorado, y es otro cantar, siento el gusanillo de ser historiadora y no docente.
Quizás si hubiese invertido tantos años y el dinero a especializarme en esas ramas, quizás otro gallo cantaría, o quizás no.
De todas formas, estoy muy contenta de mi escasa vida laboral, a veces relacionada con mis estudios, y otras veces no, pero he sido feliz en mis pocos puestos de trabajo.
Enhorabuena Mamen, sé que eres una estupenda profesional, una gran historiadora y escritora.
Por cierto, ¿lo de nota es verdad o es ficción? si es verdad me encantaría leer tu artículo, qué de sensaciones se debe sentir ante ese hallazgo.
Besos
Sí, Encarni, el tema de las oposiciones fue brutal.Yo nunca quise ir por el tema de la enseñanza porque tenía la sensación de que me iba a desilusionar. En cambio he dado muchas clases de adulto, cursos de formación para personal de Archivos y Bibliotecas y eso es distinto. Son personas que van a escuchar, a aprender y ahí sí puedes comunicarte.
Con respecto a la nota, es verdad, y en cuanto tenga tiempo voy a sacar un articulito al respecto en alguna revista especializada. Fue de esas cosas que, de repente, te hacen dar un salto en la silla. Ya te contaré
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