EURODIPUTADOS CARADURAS

Hace unos años, y no muchos, la generación que nos precede tenía un concepto claro sobre los que veníamos detrás. Se pensaba que la juventud no iba hacia ninguna parte, que una vez acabados los conflictos políticos y sociales generados en la transición, la gente joven se había instalado en una situación de bienestar, donde ya no había nada que demostrar, ni nada por lo que luchar. Parecía que hasta la música dejaba de lado las canciones protestas y se decantaba por otros ritmos menos politizados y más representativos del momento “cabeza hueca” en el que los jóvenes se habían instalado.

Después llegaron las nuevas tecnologías, Internet, y con ellas parece que se generalizó aun más esa sensación de que la nueva generación había encontrado una maligna forma de evasión, y que eso a lo que se dedicaban, encerrados durante horas en su habitación, sólo servía para distraerlos de los estudios y hacerlos soñar.

Puede que durante unos años eso fuera así. Creo que veníamos de una época extrema. Se había luchado por temas tan importantes como la libertad de expresión o el derecho a estar sindicado, que era lógico que para nuestros padres fuera insuficiente aquellas protestas estudiantiles en las que se exigían, como mucho, reformas en la puntuación de la selectividad.

Tengo que reconocer que en mi edad de protestar, los que vinieron antes habían logrado tanto, que poco podíamos pedirle a esa libertad de estreno que atesorábamos entre las manos y a la que, por prudencia, teníamos que mimar.

Pero en estos días que corren, veo que la crisis ha vuelto a despertar las conciencias y que la gente joven empieza a sentir que la sociedad española tiene que volver a recibir el empuje de los que están despertando a la vida, de esos a los que se les vaticina un lúgubre futuro. Así que haciendo acopio de fuerza y apoyándose en ese medio virtual en el que se sienten tan a gusto, se han lanzado, sin tener que salir a la calle con la pancarta, a tocar en la fibra gris del cerebro de los más astutos y a decirle a aquellos que tienen el poder, que no vayan a olvidar ni por un minuto que el pico y la pala con el que se ganan el salario, no es otro que una papeleta donde está escrito su nombre y que es la mano de esa gente a la que desprecian con su actitud, la que decide si a partir de ahora se cobra.

Hay un chaval en Asturias, informático para más señas, que ha iniciado una revolución sencilla a través de la red. Supongo que el hombre, que a los 26 años vive en casa de sus padres y está en paro a pesar de haberse buscado la vida incluso como conductor de autobús, no debió de sentirse debidamente representado en el Parlamento Europeo, por esta pandilla de impresentables que justifican con argumentos injustificables, la negativa que dieron por respuesta a la posibilidad de perder uno de los privilegios de los que a diario disfrutan. Y este muchacho asturiano, por aquello de la gota que hace que el vaso rebose, ha liado una en twitter -eurodiputados caraduras se llama la página- que incluso hay quien dice que ha sido uno de los motivos de que nuestros políticos, sensibles ellos porque las elecciones están aquí, hayan reculado en las intenciones y ahora hablen, esto es demencial, no de retractarse, pero al menos de figurar como abstención en la votación europea.

Yo estoy segura de que esta revolución que está comenzando tendrá repercusión en el futuro. Esta nueva generación está encontrando una manera diferente de decir lo que piensa, quizás menos llamativa, con menos golpe de efecto que una manifestación de los 80, pero no por ello menos mediática o menos efectiva.

Me alegro en el alma de que la vida siga. La juventud siempre ha sido la cabeza ejecutora de los avances políticos. Tenéis que hacer que se enteren que la “pitanza” no les va a salir regalada, que presentarse a las urnas y ejercer de político no puede ser un paraguas que les proteja de todo.

Desde aquí os animo: ¡Hay que meterles en cintura, chavales, que la cosa está “mu achuchá”!